• lunes, 15 de diciembre de 2025
  • Actualizado 09:26
 
 

POLÍTICA

Guerra abierta entre los jóvenes abertzales proetarras por el control de las calles en Navarra

Como las bandas de pandilleros, persiguen controlar espacios, imponer relatos y exhibir músculo.

Disturbios en Pamplona frente al acto de Vito Quiles que finalmente ha sido cancelado. PABLO LASAOSA
Unos 300 seguidores de GKS protagonizaron recientemente incidentes en el Campus de la Universidad de Nvarra e Iturrama. PABLO LASAOSA

Las juventudes abertzales han vuelto a ocupar titulares en Navarra, pero no por aportar soluciones a los problemas reales de la gente joven. De hecho, nunca lo hicieron. Siempre fueron un intrumento agitador al servicio del terrorismo y de la quimera independentista vasca. Ahora vuelven a la primera plana por una pelea de poder en la calle entre Ernai (juventudes de Sortu, partido que gobierna y hace y deshace en Bildu, con Arnaldo Otegui a la cabeza) y GKS (una escisión de la izquierda abertzale camuflada de movimiento socialista y comunista).

Se trata de una pugna que se ha alimentado de propaganda, presión, episodios de violencia y kale borroka que han vuelto a poner a prueba la convivencia en Navarra y en otros puntos del País Vasco.

Como las bandas de pandilleros, persiguen controlar espacios, imponer relatos y exhibir músculo. La calle, el campus de las universidades y las fiestas de pueblos y barrios han pasado a ser escenario de una competición en la que cada gesto busca humillar al rival y reclutar más militancia. Este mismo fin de semana, el alcalde de Pamplona, Joseba Asirón (EH Bildu) decidía cerrar el Ayuntamiento y el belén municipal al paso de una manifestación de GKS por temor a incidentes.

Uno de los movimientos que ha evidenciado la estrategia del bloque disidente ha sido la refundación del histórico sindicato estudiantil Ikasle Abertzaleak, que tras su congreso del 29 de noviembre en Berriozar ha pasado a denominarse Euskal Herriko Ikasle Antolakunde Sozialista (IAS). El cambio no ha sido solo de siglas y logotipo: ha reforzado el alineamiento con GKS y ha servido para marcar distancias con la izquierda abertzale oficial.

La respuesta del sector oficialista tampoco ha buscado rebajar el tono. Ikama, sindicato estudiantil vinculado al espacio de Ernai, ha salido a la calle con mensajes centrados en la independencia, el euskera y el choque político. En paralelo, la disputa ha empezado a trasladarse a una dinámica de “quién llena más” y “quién grita más”, con el riesgo de convertir la protesta en una carrera de radicalidad; una carrera que parece que ya ha empezado.

En las últimas semanas, además, se ha repetido un patrón que agrava el problema: acciones y contracciones que elevan la tensión y dejan una sensación de impunidad. Por un lado, se han registrado disturbios en Pamplona en el entorno universitario y en Iturrama con la excusa de la visita del activisat Vito Quiles. Por otro, Ernai ha reaparecido con una cadena de pintadas, señalamientos y sabotajes contra símbolos oficiales o partidos políticos, además de acciones grabadas y difundidas como propaganda.

Ernai ha intentado justificarlas como forma de “desnormalizar” la situación y de colocar la independencia en el debate. Pero ese tipo de narrativa suele funcionar como coartada: tensionar para ocupar espacio, aunque el precio lo pague el entorno social.

GKS, por su parte, ha seguido ampliando estructura y campañas en Navarra, también con el foco en el Casco Viejo de Pamplona y el negocio turístico. En ese marco se han producido vandalizaciones dirigidas a empresas concretas, como la constructora VDR, ataques reivindicados por el propio entorno. Es una forma de actuar que sustituye la política por el vandalismo, el señalamiento y la presión, es decir, kale borroka pura y dura, y que siempre acaba apuntando a quien no piensa igual.

En medio de esta escalada, hay otro elemento que revela la verdadera naturaleza del conflicto: la disputa por gaztetxes y txoznas. No es solo ideología. También dinero, control de espacios y capacidad de influencia en fiestas y vida social. Cuando la pelea entra ahí, la movilización deja de ser reivindicación y pasa a ser territorio. Incluso han llegado a pelearse un grupo con el otro por el control de las txoznas en las fiestas de un pueblo.

Toda esta dinámica tiene un efecto directo: ensancha la brecha social, normaliza la violencia como herramienta y vuelve a colocar a Navarra ante un escenario que muchos creían superado. No por el peso de las siglas, sino por el mensaje que transmiten: que el espacio público se gana a base algaradas y pedradas contra los cristales, y no de argumentos.

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