Lo dijo con la misma solemnidad que rotundidad: “Nosotros tenemos una línea roja: nosotros con Bildu no vamos a pactar. Si quiere se lo digo cinco veces, o veinte veces. Con Bildu no vamos a pactar”. Son palabras textuales de Pedro Sánchez, una de las muchas veces en las que mintió de forma descarada a los españoles y a los navarros antes de saber que, para ser presidente del Gobierno, tendría que bajarse los pantalones políticos ante los herederos de los asesinos de ETA.
Ahora que se ha conocido que lo hizo en un lúgubre y solitario caserío, se entiende mucho mejor lo que tanto UPN como el Partido Popular en Navarra, y también Vox, vienen denunciando desde hace años: que la presidencia del Gobierno de María Chivite y la alcaldía de Joseba Asirón en Pamplona son el fruto de aquel acuerdo y de aquel primer encuentro infame.
Los cargos que hoy ostentan hunden sus raíces en aquella reunión, que abrió una vía de entendimiento que, con el paso del tiempo, terminó por reconfigurar el mapa institucional en España y, por supuesto, en Navarra.
Aquel encuentro no solo situó a EH Bildu como socio parlamentario del PSOE, a cambio del acercamiento y excarcelación de cientos de presos etarras —muchos de ellos sin arrepentimiento—, sino que consolidó una relación que pronto se trasladó al ámbito foral.
Hasta entonces, el PSN también había mantenido durante años una línea roja: ningún acuerdo visible con Bildu. María Chivite, fiel imitadora de Pedro Sánchez, mintió con descaro a sus votantes y a toda la sociedad cuando aseguró en campaña electoral que nunca haría lo que terminó haciendo en cuanto necesitó los votos de los proetarras.
En 2019, pocos meses después del primer encuentro de Cerdán y Sánchez con Otegi, Chivite logró la investidura como presidenta con la abstención decisiva de EH Bildu. No hubo fotos conjuntas ni pactos rubricados de manera formal, pero el apoyo indirecto fue suficiente. Para muchos, aquello fue la primera consecuencia visible de una estrategia diseñada en Madrid, pactada en un caserío y cocinada con discreción.
Las elecciones municipales y autonómicas posteriores confirmaron esa tendencia. En 2023, la política navarra vivió una situación inédita: Joseba Asirón recuperó la Alcaldía de Pamplona gracias al voto a favor del PSN en una moción de censura contra la alcaldesa de UPN, Cristina Ibarrola, que permitió su investidura tras una de las sesiones más tensas del consistorio pamplonés en las últimas décadas. Era la segunda pieza que encajaba en el puzle político iniciado años atrás.
Aunque el PSOE rechazó la idea de un pacto formal, el gesto del PSN se interpretó como una muestra más de esa relación estratégica nacida a oscuras, en mitad del monte, en un caserío en el que Santos Cerdán jugó un papel fundamental como ideólogo y mediador, tal y como ahora se ha conocido.
Llama la atención que en aquel encuentro estuviera también Antxón Alonso, copropietario junto a Cerdán de la empresa Servinabar, de la que ambos, según la UCO, se servían para cobrar mordidas por la adjudicación de obra pública. De ahí la importancia para Cerdán no solo de tener el control sobre el Gobierno de Navarra, sino también de mantener influencia en el gobierno de Pedro Sánchez.
Desde aquel encuentro que ahora ha salido a la luz, han surgido presupuestos en el Congreso, el sostenimiento de votaciones delicadas y la consolidación de una mayoría contranatura en las Cortes Generales.
Y también en Navarra, donde el resultado es más que evidente. María Chivite preside el Gobierno con una estabilidad mayor de la que se intuía al inicio de la legislatura, a cambio de importantes pellizcos en las enmiendas de los presupuestos, ingentes cantidades de dinero público para la euskaldunización de Navarra y la obligación de dirigir las políticas de la Comunidad foral bajo el yugo de la necesidad de los votos de EH Bildu.
Mientras tanto, Joseba Asirón dirige Pamplona desde una posición que confirma la influencia creciente de EH Bildu en las instituciones forales. La conexión entre ambos espacios políticos se ha normalizado, incluso cuando los partidos insisten en que no existen pactos globales.
Aquel encuentro ha quedado como un punto de inflexión en la política reciente. Lo que empezó como una reunión a hurtadillas, amparada por la oscuridad de la noche en un caserío, ha terminado por convertirse, con el paso del tiempo, en el eje vertebrador de los principales cargos institucionales de Navarra.