A primera hora del martes, pegado al móvil y con los ojos puestos en la calle, un vecino de la calle Nueva de Pamplona esperaba con nervios e ilusión una visita muy especial. Sabía que la Comparsa de Gigantes y Cabezudos iba a pasar por delante de su casa, pero no se imaginaba del todo lo que estaban preparando para él en plenas fiestas de San Fermín.
El balcón del número 79, justo encima de la tienda Carlottas, lucía unos pequeños gigantes de plástico mirando hacia la plaza de San Francisco. Y cuando los músicos y figuras se detuvieron, comenzó el baile.
No era una parada más del recorrido: ha sido un homenaje sentido, emotivo y lleno de historia. En el primer piso, alguien se llevaba las manos a la cara y no podía contener las lágrimas.
“No es lo mismo verles por la calle que que vengan a tu casa, se planten en tu balcón y te bailen una pieza”, confesaba minutos después, aún emocionado. “A mí me puede y me ha emocionado. Hemos echado alguna lagrimica”.
Él es Gabriel Ezpeleta Elustondo, tiene 58 años —cumplirá 59 en septiembre—, y ha pasado más de cuatro décadas vinculado a la Comparsa de Pamplona.
Entró en el grupo en 1982, con apenas 15 años, y ha llevado durante 42 años seguidos distintas figuras: cabezudos, zaldikos y kilikis. Aunque ha portado varios, recuerda con especial cariño a uno: “Llevé muchos años al japonés”, comenta con una mezcla de orgullo y nostalgia.
“He estado muy a gusto con todos, pero llega un momento en el que, con pena, hay que decir adiós. Me costó un poquito dejarlo, pero hubo que hacerlo así”.
Hace dos años, una minusvalía le obligó a retirarse, aunque no del todo. “Ahora les ayudo, colaboro, voy paseando con ellos, pero de otra forma a lo de antes”, explica. La Comparsa ha sido, dice sin dudar, “la mayor parte de mi vida”.
Nacido en Pamplona, estudió en el colegio Larraona y también en el de Ansoáin. Durante muchos años trabajó en la joyería familiar Ezpeleta, ubicada junto a El Corte Inglés, un establecimiento muy conocido que cerró hace ya un tiempo. Hoy, ya jubilado, asegura llevar una vida “tranquilica pero bien”. “Ya no hago nada. Dar vueltas y paseos por ahí”, cuenta entre risas.
Los Sanfermines siguen siendo, para él, la mejor época del año. Aunque ahora los viva de manera diferente, sigue sintiéndolos con la misma intensidad. “Veo las cosas por la tele, como el encierro. Veo a los gigantes, que es lo que más me gusta, y lo demás, a pasear”, señala.
No necesita mucho más para disfrutar de las fiestas. “Soy un enamorado de los Sanfermines. Que le vaya muy bien a todo el mundo, que es lo que les deseo a todos”, afirma con la sencillez de quien ha vivido las fiestas desde dentro y con el cariño intacto de toda una ciudad.