El bar Navia ha vuelto a latir como los bares de toda la vida: barra pequeña pero concurrida, olor a café recién hecho, pinchos que entran por los ojos y conversaciones que se cruzan entre vecinos. Un local de Pamplona que recupera su esencia con recetas caseras, empanadas bolivianas y un trato directo que lo ha vuelto a poner en el mapa sentimental del barrio de Iturrama.
Está en la avenida de Sancho el Fuerte 17, en una zona con historia compartida. Aquí se levantaron a principios de los años 60 las primeras viviendas del barrio, muy cerca de la Plaza de los Fueros. El Navia vio crecer a los vecinos como vio crecer a otros clásicos de la zona.
Entre ellos la tienda de muebles Luis Moriones, que ahora dirige Natalia desde hace 25 años, o el bar Ari, conocido por sus cazuelicas de ajoarriero y la cocina navarra “de siempre”. Con semejantes compañeros, el Navia ha decidido reivindicar su papel: sabor casero, cercanía y algo que cada vez es más escaso, tiempo para hablar.
Quien sostiene hoy esta barra es Rubí Robles Rivarola, boliviana, con 25 años vividos en Pamplona y una energía que contagia. Ella misma recuerda que este bar forma parte de su vida en dos etapas: “Los dos últimos años ya en esta segunda época en este bar, que ya lo tuve antes”.
Cuenta que los primeros siete años trabajó en una casa, después se lanzó a gestionar el Navia en 2007, lo dejó en 2016 y volvió en 2023. “Tengo suerte porque me gusta el trato con la gente y estoy muy agradecida con todos porque son muy amables”, expresa, con un agradecimiento que no suelta ni un segundo.
Su propuesta se cuece sin prisa: empanadas por encargo, pinchos variados, meriendas y, además, un público que va mezclando perfiles. Vecinos de toda la vida, gente que pasa de camino al trabajo y obreros que paran a media mañana. “Cada día pasa gente diferente. Eso es lo bueno y así vamos haciendo la clientela”, señala mientras sirve, cobra, fríe y charla sin dejar de sonreír.
Los fines de semana también pesan en la caja registradora: hay reservas para cenas y cumpleaños, algo que ayuda a que el local se convierta en un mini salón social del barrio. Rubí no lo afronta sola: trabaja con su madre, dos hermanas y un hermano, y además es madre soltera con tres hijos.
Dice que Pamplona le ha dado tranquilidad y estabilidad: “No vuelvo a mi país porque estoy contenta. Solo regreso allí de paseo. Mi hijo mayor es de allí pero vino con dos añitos”. Y cuando le sugieren mudarse a otra ciudad, ella lo tiene claro: “Yo en Pamplona, nada de irme a otros sitios como a veces me dicen mis hermanas”.
Aunque es boliviana, asegura que no son los latinos quienes más llenan el local, sino los vecinos de la ciudad: “Aquí gente de mi país es la que menos veo en el bar. Los que más son de Pamplona”. Entre pincho y pincho, confiesa que le gustaría ir un paso más allá y ofrecer comidas típicas de su zona: “Estoy pensando dar comidas de mi zona en un futuro. Ahí vamos animándonos cada día”, comenta como quien planea algo grande pero con paciencia.
Las reseñas online no disimulan el entusiasmo de quienes han pasado por el Navia en esta nueva etapa. Una clienta afirma que es “uno de los mejores sitios latinos en Pamplona”, destacando “la comida sabrosa y rica con sabor y la atención súper buena de la dueña Rubi y su hijo”.
Otra valoración sube el tono emocional: “La dueña cocina y sirve para hacer feliz a los que allá llegamos. Ve y te sentirás como en casa”. Y una tercera reseña lo resume a su manera: “Comida buenísima, trato buenísimo y ambiente muy bueno. Muy recomendable”.
