NAVARRA
La sorprendente historia del pamplonés olvidado que ayudó a fundar un país y tiene una calle a su nombre
Bautizó a miles indios, aprendió su lengua, se adaptó a su estilo de vida y les defendió de los esclavistas.

El pasado verano, un grupo de jóvenes procedentes de distintos países latinoamericanos ha llegado hasta las animadas fiestas de Isaba, movidos por un interés especial: querían descubrir el pequeño pueblo navarro que vio nacer hace más de tres siglos a un hombre fundamental en la historia de Bolivia, Cipriano Barace Mainz.
Lo curioso es que, aunque este personaje es poco conocido en su tierra natal, en Pamplona, concretamente en el popular barrio de Iturrama, lleva más de medio siglo dando nombre a una de sus calles principales.
La calle del Padre Barace no es solo una vía de tránsito habitual para los pamploneses; también es un rincón cotidiano de comercio local donde vecinos y visitantes disfrutan de establecimientos tan emblemáticos como el bar Via Veneto o la carnicería Ederra.
Esta calle, que une hoy las actuales vías de Abejeras y San Juan Bosco, recibió el nombre del jesuita roncalés tras una decisión tomada en el pleno del Ayuntamiento de Pamplona el martes 27 de octubre de 1970, bajo el mandato del entonces alcalde Joaquín Sagüés.
Pero el nombre del Padre Barace guarda tras de sí una historia apasionante que empieza en el propio pueblo de Isaba, su localidad natal. Allí, con gran orgullo, se celebró el 17 de septiembre de 2002 el tercer centenario de su martirio.
Barace murió asesinado por las flechas de los indios Baures, una tribu que intentaba evangelizar en el actual territorio boliviano. Para recordar este aniversario, Isaba dedicó una plaza con su nombre, instaló un monumento en su honor y recibió una valiosa donación: el archivo documental del misionero, cedido por el jesuita Valeriano Ordoñez.
La vida de Cipriano Barace Mainz comenzó humildemente el 5 de mayo de 1641. Nacido en una familia modesta de Isaba, destacó desde joven por su inteligencia, lo que permitió que, gracias al esfuerzo económico de su hermano Pascual, también sacerdote, estudiara Filosofía y Teología en la Universidad de Valencia.
Tras completar brillantemente sus estudios y volver a su localidad natal, descubrió su profunda vocación religiosa y, a los 29 años, ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús en Tarragona.
Tres años más tarde, en 1673, con 32 años recién cumplidos, fue ordenado sacerdote en Lima (Perú). Desde allí partió junto a otros dos compañeros jesuitas hacia el norte de lo que hoy es Bolivia. Su misión era explorar los grandes ríos y estudiar cómo evangelizar a las tribus indígenas de la zona de los Mojos.
Barace no tardó en integrarse plenamente: aprendió la lengua indígena, adoptó sus costumbres y defendió ferozmente a los pueblos originarios frente a los abusos de los colonos.
Una de las grandes hazañas del misionero roncalés fue fundar importantes poblaciones bolivianas, que aún existen hoy día. La primera de ellas fue Loreto, fundada el 2 de marzo de 1682; cinco años después creó la ciudad de Trinidad, uno de los núcleos urbanos más relevantes en la actualidad en esa región. Pero su legado no se limitó solo a fundar comunidades: el Padre Barace logró llevar la ganadería hasta esas tierras remotas, transportando a lo largo de 440 kilómetros desde Santa Cruz de la Sierra, semillas y más de 200 cabezas de ganado, incluyendo vacas, caballos y mulas, lo que supuso un enorme impulso económico y social para la región.
Tras 25 años en tierras bolivianas, la misión jesuita encabezada por Barace dejó una marca profunda: fundó un total de 15 puestos misioneros y bautizó a más de 11.000 indígenas. Cuando murió, asesinado en septiembre de 1702, su misión contaba ya con 70.000 habitantes, de los cuales 25.000 eran bautizados. Hoy, su influencia perdura en caminos como la cañada conocida como «Camino Barace» y en organizaciones como la agrupación sindical ganadera de Beni, que lleva con orgullo el nombre de 'Fundación Cipriano Barace'.