Cada seis de julio, segundos antes del mediodía, con una plaza del Ayuntamiento de Pamplona abarrotada en la que no cabe un alfiler, todos los asistentes extienden sus brazos en alto sujetando el pañuelico a la espera de que se prenda la mecha del Chupinazo. Cuando el cohete asciende y explosiona en el cielo, todos los pañuelos se anudan al cuello, momento en el que comienzan ocho días de fiesta.
Esta liturgia, que se inició en la plaza Consistorial, se ha llevado a todos los rincones de la ciudad, tal como apunta el periodista pamplonés Jonan Basterra: “Los navarros de algo divertido enseguida hacemos tradición”. En la Plaza del Castillo, el llamado ‘cuarto de estar’ de los pamploneses, se vive con gran intensidad el inicio de la fiesta, de manera que se ha ido mimetizando los mismos ritos que comenzaron frente a la Casa Consistorial.
En Sanfermines Basterra, residente en Madrid, abandona todo lo que esté haciendo para regresar a su ciudad natal e integrarse en el equipo de fotógrafos de Diario de Navarra (DN); por decisión personal, desde hace años viene cubriendo como fotógrafo el Chupinazo encaramado al escenario de la música de la plaza del Castillo. Frente a otros inicios que se producen en Pamplona, prefiere fotografiar el Chupinazo en la amplitud del centro histórico y social de la ciudad, porque reconoce: “durante unos segundos se tiñe de rojo casi por completo”.
La persistencia de Basterra por fotografiar el inicio de la fiesta en ese punto no limita cierta emoción que aflora cada año: “Habré estado allí casi 10 años, y se me sigue erizando la piel cada 6 de julio”. Para él la fiesta no comienza, sino estalla; lo explica así: “San Fermín es una fiesta tan grande que no empieza, estalla. Y el estallido del Chupinazo tampoco nos cabe en la Plaza Consistorial, por eso se traslada a muchos puntos de la ciudad y del mundo, celebrándolo delante de una pantalla de televisión”.
Además de inmortalizar fotográficamente el estallido de la fiesta, en todos esos chupinazos ha ido analizando su evolución: “Tal como vengo observando lo que se hace frente al Ayuntamiento se mimetiza con los años en la plaza Castillo, porque los ingredientes son los mismos. Por ejemplo, el año pasado (2024) han tirado confeti -antes no lo habían hecho nunca- y han repetido lo de las manos, no ha sido mayoritario, pero había manos tras el Chupinazo cuando los gaiteros empezaron a tocar desde el kiosko. En tres años todo el mundo hará en la plaza del Castillo lo mismo que en la plaza Consistorial”.
Los ritos que se inician en la plaza Consistorial se difunden por los medios para acabar siendo reproducidos en otros lugares. Las fotografías publicadas fomentan esas tradiciones, tal como apunta Basterra: “Tenemos bastante culpa los fotógrafos con nuestras imágenes. Ahora, mediante las redes sociales, se produce un efecto multiplicador con el que todavía se avanza más rápido”.
Quien desconozca la historia del Chupinazo podría pensar que Jonan Basterra va contracorriente por obstinarse en fotografiar el estallido de la fiesta en el ‘cuarto de estar’ pamplonés. La realidad es que los orígenes del Chupinazo están en la plaza del Castillo. Concretamente, desde principios de siglo XX, al mismo tiempo que las campanas de todas las iglesias repicaban, en la plaza de la Constitución (actual del Castillo), se lanzaban múltiples cohetes anunciadores del inicio de las fiestas. Por entonces el Consistorio no se prestaba a encender cohetes, eran los empleados de la pirotecnia los encargados de prender las mechas.
En 1931, con la llegada de la II República, se silenciaron la mayoría las campanas, salvo las de San Lorenzo. El político Juan Echepare de Izquierda Republicana, sin cargo público, solicitó prender la mecha del primer cohete, cosa que hizo hasta 1936 desde la plaza de la República (cambió de nombre con el régimen republicano). Al inicio de la Guerra Civil Echepare fue detenido y asesinado.
Finalizada la contienda civil, Joaquín Ilundáin, conocido como Jokintxo, encendió dos años seguidos desde la plaza del Castillo el primer cohete anunciador de San Fermín: en 1939 -sin cargo municipal- y en 1940 -como teniente de alcalde-. Al año siguiente, Ilundáin disparó el primer Chupinazo desde la balconada del Ayuntamiento. En definitiva, no nos confundamos, Basterra vuelve cada seis de julio al histórico nacimiento de la fiesta.
La foto del escalón de este dos de febrero corresponde a los segundos previos al Chupinazo de 2013 en la plaza del Castillo. En un santiamén ha brotado un tsunami rojo de pañuelicos, del que emerge una atractiva chica, que asemeja a una sirena. Ella mantiene la mirada al cielo esperando que el cohete explote, su rostro denota una alegría contenida que está a punto de rebosar. El atractivo y la fuerza de la fotografía gravitan en este personaje que destaca del fondo rojo y que cautiva nuestra mirada. No es una diosa, es un ser humano que ha estado esperando todo un año para que los Sanfermines se desencadenen con el Chupinazo, entonces ella liberará sus sentimientos e irradiará júbilo y diversión.
Un reportero que se precie debe captar el momento preciso. Esta foto refleja el instante en el que se funden los pañuelos con la joven. Está extraordinariamente bien resuelta, por color, por composición y estética. Lo que ensalza especialmente a esta fotografía es que cuenta una historia, algo que busca denodadamente Basterra en sus imágenes. Indudablemente es muy representativa del trabajo del autor y de su afán por dar un enfoque distinto del estallido de la fiesta tradicional.
