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Opinión / San Fermín

La foto de San Fermín del siete de julio: Zaragüeta

En las ocho décadas que el estudio fotográfico de los Zaragüeta estuvo establecido en Pamplona, inmortalizó múltiples aspectos de la vida y personajes de la ciudad, como el histórico porteador de gigantes, Pedro Trinidad, alma de la fiesta sanferminera.  

Déc. 1930. El histórico porteador Pedro Trinidad entre la Reina Europea y la Reina Americana de la Comparsa de Gigantes. (Foto Gerardo Zaragüeta Zabalo, Museo de Navarra)
Déc. 1930. El histórico porteador Pedro Trinidad entre la Reina Europea y la Reina Americana de la Comparsa de Gigantes. (Foto Gerardo Zaragüeta Zabalo, Museo de Navarra)

El fotógrafo Agustín Zaragüeta Colmenares estableció en 1879 su estudio en el nº 31 de la plaza de la Constitución (actual del Castillo) de Pamplona, al que tituló Zaragüeta e Hijos, aunque sólo dos de ellos se dedicaron a la fotografía: Luis, se independizó; y Gerardo, además de dar continuidad al estudio, fue pionero del fotoperiodismo y del reportaje de calle.

Verdaderamente Gerardo Zaragüeta Zabalo brilló con luz propia diferenciándose de su padre al dejar un legado fotográfico que recoge la vida de Pamplona de varias décadas en todos los aspectos y actividades, en el que no faltan fiestas y eventos de todo tipo. En lo que respecta a los Sanfermines su obra cubre: la Comparsa de Gigantes y Cabezudos; las peñas; las barracas y el ciclo completo del toro, desde el desencajonamiento en los corralillos del Gas, el encierro, la suelta de vaquillas y las corridas.

De toda esa panoplia de imágenes sanfermineras hemos seleccionado el archiconocido retrato del histórico porteador de gigantes Pedro Trinidad Royo entre dos de las figuras de cartón piedra a las que dio vida: la Reina Europea (Joshepamunda) y la Reina Americana (Braulia). Esta fotografía es muy descriptiva, transmite parte de la vida de aquel famoso porteador del que se ha escrito mucho y, por lo general, con esta imagen ilustrando el texto.  

Pedro Trinidad (Pamplona 1890-1947) fue un hombre sencillo, repetidamente calificado como obrero, muy popular en la ciudad por representar el alma de la fiesta. El cariño y la pasión por la Comparsa se lo transmitió su padre, Julián Trinidad, porteador del Rey Americano (Toko-toko); el cual contaba que, en 1905 en un descanso para almorzar, comenzaron a sonar las gaitas y vio que alguien estaba bailando su gigante. Al acabar descubrió que era su hijo, al que le dijo: “Pedro, desde hoy este gigante es para ti”.

Así, a los dieciséis años, Pedro entró en la Comparsa, era el más joven, llevando el gigante de su padre; después pasó por las faldas de la Reina Americana y las de la Reina Europea, con ésta última se consagró como el gran bailarín de gigantes que todavía se recuerda tras más de setenta años de su fallecimiento.

De profesión carpintero, guardaba en el interior de la Europea una caja de herramientas para cualquier emergencia, por eso la llamaron el "gigante utillero". A los 44 años reconocía ser el más viejo en la Comparsa y es que durante varias décadas se encargó de arreglar y reparar los gigantes, pintarlos y lavar su vestimenta. Para perpetuar su estilo, también enseñó a bailar a las nuevas generaciones.

Déc. 1930. El histórico porteador Pedro Trinidad entre la Reina Europea y la Reina Americana de la Comparsa de Gigantes. (Foto Gerardo Zaragüeta Zabalo, Museo de Navarra)
Déc. 1930. El histórico porteador Pedro Trinidad entre la Reina Europea y la Reina Americana de la Comparsa de Gigantes. (Foto Gerardo Zaragüeta Zabalo, Museo de Navarra)

En sus tiempos mozos perteneció a la sociedad Los de Siempre y a la peña Los Iruñshemes; vivía los Sanfermines con una intensidad inimaginable, se jactaba: “He corrido delante de los toros donde sólo pueden correr los valientes; he resistido la semana entera de las fiestas de nuestro patrón San Fermín sin pegar los ojos y danzando sin cesar”. Era buen dantzari y cantaba jotas con voz de tenor. Sus propias palabras resumen aquel profundo sentimiento: “He querido y quiero a mi pueblo, a sus costumbres y a sus tradiciones con todo el entusiasmo de mi corazón”.

Su fuerte arraigo a Pamplona era indiscutible. Como muestra contaba que un matrimonio americano, sin hijos, le propusieron marchar a Argentina para ponerse al frente de sus tierras. Reconoció que “el cariño a mis padres y a esta bendita cuna en que nací, me hizo desistir y rechacé tan tentadora proposición”.

Dentro de aquel hombre alegre y divertido había un héroe que, por su condición de buen nadador, salvó a seis personas de perecer ahogadas en las aguas del río. El último fue en 1932, al lanzarse al agua, desafortunadamente resbaló y su pierna izquierda quedó aprisionada debajo de una piedra, apurado por el momento, para liberarse tiró fuertemente de ella retorciéndola, a pesar de ello pudo sacar al náufrago. Pronto comenzó a sentirse mal con fuertes escalofríos. Con todo, todavía tuvo fuerzas para llevar a la víctima a su casa y acostarlo.

Pero el bueno de Pedro Trinidad pagó caro su último acto heroico; enfermó de bronconeumonía, a punto estuvo de fallecer, llegaron a administrarle la extremaunción. Tras dieciséis días en su casa, tuvo que ingresar unos días en el hospital, pero al salir se encontró imposibilitado, teniendo que apoyarse en un bastón para caminar. Su convalecencia, sin poder trabajar, se prolongó durante año y medio, por lo que tuvo que vender su taller de carpintería para atender a su familia. De aquella enfermedad le quedaron secuelas, su pelo se volvió blanco y le sobrevino una fuerte sordera.

En 1935, tiempo de la II República, el gobernador civil aceleró la petición que habían hecho varias instituciones para la concesión del título de caballero de la Cruz de Beneficencia. Se realizó una colecta para sufragar la compra de la medalla en cuestión. El 17 de noviembre de aquel año, se le hizo un gran homenaje en el Euskal Jai con la imposición de la Cruz y la entrega de una cartilla de la Caja de Ahorros con las 599 pesetas sobrantes tras haber pagado la medalla de 77 pesetas. Un año después se corrió el falso rumor de que había fallecido.

En 1940 la desgracia volvió a entrar en la casa de los Trinidad, su mujer Juliana Hierro falleció dejando 4 hijos: Raquel, Maribel, Rosaura y Pedro. El padre, sin otro remedio, tuvo que desprenderse de los dos hijos pequeños que entraron en la Santa Casa de Misericordia, Maribel quedó al cuidado de un tía y Raquel en la casa con su padre.

El 31 de enero de 1947 Pedro Trinidad falleció en el hospital, a su entierro y funeral en la Catedral asistió una nutrida representación de la ciudadanía y la Corporación Municipal, encabezada por el alcalde, José Iruretagoyena. En los Sanfermines de aquel año, su Reina Europea, la que tantas veces bailo, llevó en un brazo una mantilla negra en señal de luto.

Ahora bien, el espíritu de Trinidad no quedó en el olvido; de hecho, treinta años después de su fallecimiento, durante las fiestas de San Fermín de Aldapa de 1977, se hizo un gran homenaje en recuerdo de aquel hombre bueno en el pabellón del Anaitasuna en el que participaron desinteresadamente: La Pamplonesa, el Orfeón Pamplonés, los Amigos del Arte y los dantzaris del Ayuntamiento.

Desde entonces no se le ha hecho otro gran homenaje, pero todos los Sanfermines la Comparsa de Gigantes y Cabezudos se congrega en la plaza San José (este año 2024 será el día 12 a las 12:30) para bailar en la memoria de Pedro Trinidad y trasmitir el cariño a su familia, y en especial a su hija Rosaura, la única de los cuatro hermanos con vida. 

Aquel personaje inigualable nos dejó un hermoso testamento en el que resalta los valores de los que hizo gala toda su vida: “Quiero legar un nombre limpio con las virtudes que he practicado incesantemente. Siempre honrado, siempre trabajador, siempre pobre”.

¿Queda algo vivo del legado de Pedro Trinidad en la Comparsa actual? Él se caracterizó por un baile individualista con la Reina Europea. Siguiendo su ejemplo, los mejores bailadores de la Comparsa acaban llevando esta reina. No obstante, lo cierto es que el baile libre, lo que los porteadores llaman “a la bola”, se va sustituyendo progresivamente por el baile en conjunto realizando una coreografía donde prima más la coordinación y el trabajo en equipo.

Su nieto Patxi Abadía Trinidad, reconoce que es difícil que pueda haber alguien con la entrega de su abuelo, también añade que los Sanfermines han cambiado mucho, aunque posiblemente la Comparsa de Gigantes y Cabezudos es de lo que menos ha cambiado.

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