- jueves, 17 de abril de 2025
- Actualizado 01:53
Culpar de todo a Pedro Sánchez, abroncar a los críticos, mirar bien o mal a Susana Díaz, asistir atónitos a lo que está pasando en el PSOE, es, tal vez, quedarse en la anécdota, en la explosión sin más porque alguien tuvo que poner la dinamita antes para que ese gran edificio de casi siglo y medio se esté viniendo debajo de la noche a la mañana.
Observando la lucha cainita que devora al PSOE y las maniobras del sector crítico para defenestrar a Pedro Sánchez como panacea para solucionar la crisis que aqueja a este partido que últimamente cuenta las elecciones por derrotas me ha venido a la memoria una frase atribuida a Manuel Azaña.
Es justo y saludable que los partidos se echen en cara unos a otros los problemas de corrupción de cada cual. Lo que ya no es tan saludable es que lo utilicen como coartada de los casos propios o que comparen de forma ridícula y fraudulenta la importancia de los ajenos con los propios cuando esa comparación da mucha risa.
Unas horas antes de que la Unión Europa tomara uno de los acuerdos más indignos de su historia -expulsar a Turquía a todos los inmigrantes y solicitantes de asilo, huyan o no de conflictos o persecución-, el escritor italiano Andrea Camilleri hacía un diagnóstico certero de la realidad.
Produce una enorme tranquilidad observar a nuestros políticos jugar con el ábaco, encerrados con el juguete de la aritmética, tanto en Madrid como en Barcelona, calculando con cuántos diputados pueden joder al contrincante, porque eso es una señal inequívoca de que ya están resueltos los problemas que nos preocupan a la mayoría de los españoles: el paro, la crisis y el terrorismo yihadista.