• viernes, 12 de diciembre de 2025
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COMERCIO LOCAL

La familia que levanta un bar clásico de Pamplona con sus espectaculares almuerzos: “Tengo una clientela muy fiel”

Denisse considera un tesoro el recetario navarro que ha aprendido a cocinar: callos, manitas, ajoarriero, carrilleras, chipirones, codillos y platos con huevos.

Denisse Lilibeth y su hijo Antoine González en la barra del bar Morea de Pamplona. Navarra.com
Denisse Lilibeth y su hijo Antoine González en la barra del bar Morea de Pamplona. Navarra.com

El bar Morea se ha convertido en un pequeño símbolo de la hostelería y del comercio de barrio en Pamplona, un local con más de cuarenta años de historia que guarda el encanto de los bares de siempre. Situado en la esquina de la calle Etxarri Aranatz con Santesteban 15, lleva décadas siendo punto de encuentro de vecinos, trabajadores madrugadores y amantes de la comida casera bien hecha.

La nueva vida del Morea comenzó hace dos años, cuando Denisse Lilibeth Guadamud, ecuatoriana de 41 años, decidió hacerse cargo del local. Ella vive en el popular barrio de la Chantrea, conocía el bar desde hacía tiempo y explica que, en cuanto supo que la responsable anterior se jubilaba, vio claro que era su oportunidad. “Me lancé y monté este negocio”, recuerda con una mezcla de vértigo y orgullo. Desde entonces, ha logrado que un bar que languidecía recupere el ambiente cálido y lleno que lo caracterizó durante décadas.

Con 24 años en Pamplona, Denisse asegura que ya se siente parte de la ciudad. “La verdad es que ya soy una pamplonesa”, comenta mientras reivindica su apuesta por la comida casera y tradicional. Su trayectoria la avala: gestionó el bar Katiuska en San Juan durante 19 años, una etapa que le sirvió —dice— para aprenderlo todo sobre la cocina popular y sobre cómo cuidar a una clientela que vuelve cada día. “Aquí somos una familia. La clientela del barrio es muy fiel si te los ganas”, explica, convencida de que el boca a boca sigue siendo la mejor publicidad.

El plato fuerte del Morea son los almuerzos contundentes, una tradición que arranca cada día a las nueve de la mañana. Denisse se encarga personalmente de llenar las mesas con recetas que muchos consideran un tesoro del recetario navarro: callos, manitas, ajoarriero, carrilleras, chipirones, codillos y platos con huevos que se han vuelto imprescindibles para los habituales. Aprendió buena parte de estas elaboraciones de una cocinera con la que trabajó en San Juan, y presume de mantener ese espíritu de cocina de siempre.

El bar solo cierra lunes y martes, y los demás días funciona a pleno rendimiento. Entre semana rondan los 20 almuerzos diarios, y los fines de semana alcanzan los 30, con todas las mesas ocupadas. La mitad del bar suele estar llena de clientes fijos, y el resto se completa rápidamente, así que muchos optan por reservar por teléfono para asegurarse sitio.

El Morea funciona también gracias al empuje familiar. Su marido, Luis González, dominicano y mecánico en Mutilva Baja, le ayuda los fines de semana. Su hijo, Antoine González, trabaja con ella por las mañanas.

Denisse repasa sus casi 25 años en la hostelería y los resume como una trayectoria “fenomenal”, desde sus inicios como camarera en la bodeguica de Martín Azpilicueta hasta hoy. Añade que la vocación le viene de casa: su madre tiene un restaurante en Ecuador, aunque no viaja a visitarla porque “no le gustan los aviones”. Aun así, espera poder recibirla algún día “una temporada”.

La dueña cuenta que aprovecha el periodo del 15 de agosto al 15 de septiembre para descansar, justo después de los Sanfermines, y asegura que a la vuelta el bar vuelve a funcionar a toda velocidad. Relata anécdotas de su día a día que resumen bien el espíritu del local, como cuando unos cazadores le trajeron jabalí y lo preparó “y les gustó”, o sus platos de temporada, ahora centrados en pochas y alubias negras. “Me los he ganado”, admite entre risas.

A quienes llegan de su país les lanza un mensaje claro: “Recomiendo a los de mi país que vengan, pero que vengan a trabajar”. Cree que adaptarse a las costumbres de aquí y contribuir a la ciudad es esencial para abrirse camino.

Las reseñas de los clientes confirman el éxito del Morea. Una de ellas lo define como un bar pequeño en el que conviene reservar, con un trato “súper simpático” y raciones generosas —manitas de cerdo, albóndigas, chipirones o codillo— que sorprenden por su sabor y precio. Otra destaca que los almuerzos son “increíbles y a muy buen precio” y que el servicio “no podría ser más agradable”. Un tercer comentario habla de unas manitas de cerdo “gloriosas”, callos, ajoarriero y carrilleras, “todo buenísimo y a muy buen precio”.

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