• martes, 16 de abril de 2024
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TOROS

Sólo una oreja al oficio de Ponce en una tarde desabrida y ruidosa

El cuarto festejo de las Corridas Generales de Bilbao ha brindado un espectáculo desabrido en el ruedo por la escasa conjunción de toros y toreros.

El diestro Enrique Ponce da un pase de muleta a su primer toro de la tarde. EFE. LUIS TEJIDO
El diestro Enrique Ponce da un pase de muleta a su primer toro de la tarde. EFE. LUIS TEJIDO

FICHA DEL FESTEJO:

Seis toros de Domingo Hernández, con seriedad y buena presencia, aunque de distinto cuajo y remate. Al conjunto le faltó raza y fuerza, pero hubo varios ejemplares manejables y con ciertas opciones de lucimiento. De entre todos destacó el primero, por casta y duración.

Enrique Ponce, de tabaco negro y oro: estocada desprendida (oreja); dos pinchazos y estocada baja (silencio tras aviso).

El Juli, de nazareno y oro: estocada trasera atravesada y cuatro descabellos (silencio); estocada caída trasera y dos descabellos (ovación).

López Simón, de azul marino y oro: dos pinchazos y dos descabellos (silencio tras aviso); estocada caída (silencio tras aviso).

Asistió al festejo, desde uno de los palcos, el Rey Juan Carlos, acompañado de la Infanta Elena. Los tres toreros le brindaron la lidia de sus primeros toros.

Cuarto festejo de abono de las Corridas Generales de Bilbao, con más de dos tercios de entrada en tarde de viento racheado.

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MÁS RUIDO QUE TOREO

Sin que llegara a llenarse por completo, la plaza de toros de Bilbao, que pasa por ser una de las más serias y de mayor categoría de España, fue este martes un recinto ruidoso y, por momentos, bullanguero donde se aplaudió casi todo cuanto sucedió en la arena, ya fuera lo poco bueno o lo mucho malo.

Ya se generó mucho ruido en la división de opiniones -lo cierto es que con más palmas que pitos- con que se acogió la llegada a uno de los palcos de Don Juan Carlos y, sobre todo, con cada uno de los brindis que le hicieron los toreros de la terna.

Y aún siguió habiendo ruido, tal vez demasiado, en un trasiego de copas arriba y abajo de tendidos y palcos durante unas faenas que también se jalearon con un nivel de decibelios que no se correspondía casi nunca con los auténticos méritos de los protagonistas.

La única faena de la tarde que justificó tan festivas ovaciones fue justo la primera, la que Enrique Ponce le hizo al toro que abrió la desigual corrida de Domingo Hernández.

El astado salmantino se movió y embistió con recorrido y cierto temperamento a la muleta del valenciano en un trasteo, como todos los de la tarde, de muy largo metraje y en el que hubo más oficio que apuesta por parte del veterano espada.

Casi siempre al hilo del pitón, sin fajarse a fondo con el toro, Ponce lo llevó con soltura y sin apreturas en varias series de pases que se contemplaron con más agrado que entusiasmo, para llevarse así una oreja del que ya se vio que iba a ser un público predispuesto al aplauso generoso.

Pero desde que salió el segundo, el toro de más cuajo y seriedad del encierro, el espectáculo empezó a decaer en calidad y dejó de dar motivos para tanto guirigay.

Más bravucón que bravo, este segundo de la tarde desarrolló peligro por el pitón izquierdo y mala clase por el derecho, aunque El Juli, seguro y atento, no le dejó desarrollar a peor sus intenciones.

El diestro madrileño, que tantas tardes triunfó en esta plaza, se fue esta vez de vacío porque, pese al clima a favor en el tendido, no llegó a levantar su faena al quinto, que pareció mejor cuando le trató con más suavidad y no con la tensión con que se aplicó en otros momento de un trasteo de constantes altibajos.

Del mismo modo, pese a su prosopeya escénica, tampoco Ponce consiguió sacar nada en claro del endeble y desfondado cuarto, con el que se aplicó con desigual temple.

Y, pese a que se le animó y se le aplaudió como si se tratara de una de sus mejores tardes, el joven López Simón, destemplado y sin criterio toda la corrida, ofreció una decepcionante imagen en su presentación en Bilbao.

Así se mostró el madrileño tanto con el tercero, un toro manejable con el que nunca se acopló, como en su interminable, esforzado y deslavazado trabajo con el sexto, que, a veces, entre esa larga sucesión de tironazos y enganchones, pareció querer embestir con nobleza.


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Sólo una oreja al oficio de Ponce en una tarde desabrida y ruidosa