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TUDELA

La lucidez de las libélulas: el microrrelato ganador de un importante concurso en Navarra

“El espacio interdental” y “Lazos” han quedado segundo y tercer clasificado, respectivamente.

María Concepción Blanco Ansorena, Gerardo Borja Álava Fernández y Cristina Jiménez Latorre, ganadores del concurso de Microrrelatos de Tudela. AYUNTAMIENTO DE TUDELA
María Concepción Blanco Ansorena, Gerardo Borja Álava Fernández y Cristina Jiménez Latorre, ganadores del concurso de Microrrelatos de Tudela. AYUNTAMIENTO DE TUDELA

María Concepción Blanco Ansorena, Gerardo Borja Álava Fernández y Cristina Jiménez Latorre han sido los ganadores del concurso de microrrelatos organizado por la EPEL Tudela – Cultura con motivo del Día del Libro. El relato “La lucidez de las libélulas”, de Blanco Ansorena, se ha alzado con uno de los tres premios gracias a la votación del público en la red social Facebook. Los otros dos galardones, concedidos por el jurado, han recaído en “El espacio interdental”, de Álava Fernández, y “Lazos”, de Jiménez Latorre.

La entrega de premios ha tenido lugar esta tarde en la Casa del Almirante, con la presencia de la concejala de Cultura, Icíar Les, y de los representantes del Grupo Literario Traslapuente, Manuel Arriazu y Elías Marchite, en nombre del jurado.

Durante el acto, Les ha recordado que las librerías de Tudela “Letras a la Taza”, “Santos Ochoa” y “Arco Iris” han colaborado en la jornada instalando puestos de venta de libros en la Plaza de los Fueros. Además, ha destacado la instalación, por segundo año consecutivo, del “Sendero de palabras” en la calle Gaztambide Carrera, donde los viandantes han podido leer frases célebres de la literatura nacional e internacional.

Como novedad este año, se ha organizado la “Fiesta de la lectura” y un “rincón de intercambio de libros”, con la participación de espacios culturales como el Museo de Tudela y el Museo Muñoz Sola.

Microrrelatos ganadores

LA LUCIDEZ DE LAS LIBÉLULAS

Su cabeza lucía encapotada de canas. La lluvia de años calaba su espíritu. Una tormenta existencial bullía. Predicción hecha por un certero vidente, “el sentimiento del tiempo perdido”.

Su corazón titubeaba. ¿De verdad había palpitado toda esa vida, que se precipitaba cruel en el espejo del baño, al contemplarse?

Su reflejo le escupía las arrugas en aquel rostro que desconocía. ¿Dónde se escondía la mujer completa que un día fue? Siempre los espejos fueron despiadados.

Miró el reloj en su muñeca, las manecillas incesantes marcaban 60 años. Su mente rumiantes puso sobre la mesa evidencias claras: sueños olvidados en el camino, viajes pendientes desvanecidos como el humo, amistades perdidas por la adicción al trabajo. Ahora la rutina incesante marcaba el ritmo de su vida como si fuera un diapasón. Habitaba una casa compartida con el desamor, con el reproche, la incomunicación, y el silencio aplastaba la atmósfera irrespirable de esas cuatro paredes.

De repente su cabeza hizo un fundido en negro. En esa crisis de ausencia, se transformó en una libélula ligera, nutriéndose del viento, buscando el equilibrio imposible, que ella como mujer, anhelaba. Se posó en una pequeña niña acurrucada en un rincón. Las cosquillas por el aleteo, la hicieron girarse y entonces, se reconoció al instante. Ahí estaba su niña interior, alegre, vital, libre, espontánea. Al fin la había encontrado. Volvió a mirar su reloj. Todavía el tiempo estaba de su parte.

Se es. Al fin se había encontrado. Volvió a mirar su reloj. Todavía el tiempo estaba de su parte.

EL ESPACIO INTERDENTAL

Ante aquel silencio repentino, todavía en el sillón dental, el paciente abrió los ojos.
“¿Hola…?” Sobre la bandeja, la colección de utensilios permanecía intacta. “Vamos, hombre, anímese,” —intentó reconfortar al especialista— “verá como todo se resuelve… ¿me oye…?” Sin entrar en pormenores, la conversación había llevado al dentista a confesar su desapego por aquella vida monótona. Fue una charla empática, de esas que florecen solo en ocasiones, ante camareros o taxistas. “¿Hola…?” se revolvió en el asiento. Solo el zumbido de la lámpara contestó. Esperó aún varios minutos en el gabinete. Tras un tiempo que juzgó oportuno, decidió levantarse y marchó a su casa.

La policía llamó a los pocos días. El dentista, había desaparecido. “…solo me dijo que a veces se sentía demasiado pequeño, que toda su vida era banal, y que dejaría este mundo si encontrara la manera. Entonces calló, como pensando, y… cuando abrí los ojos, ya no estaba. Ni siquiera llegó a arrancarme la muela.” Y era cierto. El dolor le quemaba en la mandíbula. Con los días, la situación empeoró. Una noche no aguantó más. Se levantó y fue hacia el espejo del baño. Acercándose a la luz, abrió la boca cuanto pudo. En el reflejo, al amparo de aquella cavidad erosionada, vio al minúsculo hombrecillo.

Lazos

Remontan la zigzagueante trocha sellando con sus pezuñas la fresca nieve que todavía cubre la hojarasca. Dejan atrás desiertas corralizas en las que bueyes y aperos se resguardaban de las frías noches de invierno. Guiadas por el último pastor de la sierra de Alcarama, las ovejas de Román balan sin saberlo la más épica oda a la resistencia.

—¿Por qué algunas tienen una marca roja en el lomo?

Los ojos de Julia centellean curiosos entre el gorro y la bufanda de lana. Hace rato que observa en silencio, como si tratara de comprender el vibrante quejido del rebaño.

—Tu padre señala así a las parideras, cariño. Azul para las que han tenido un cordero; rojo si han sido dos.

Adela se arrodilla sobre la nieve y abraza a la pequeña, mientras una bocanada de viento azota sus mejillas y las salpica de lágrimas agridulces.

—Mamá, ¿el lunes puedo llevar al cole el lazo de color rojo, como las ovejas que crean familia y nunca se marchan?

Un clamoroso balido irrumpe la calma y el bermellón atardecer tiñe el cielo, presagiando la llegada de otra lóbrega noche en una de las regiones más despobladas de Europa.

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