- viernes, 09 de mayo de 2025
- Actualizado 07:43
No consigo quitarme de la cabeza la imagen del padre sirio con sus dos hijos gemelos muertos en sus brazos después del ataque químico que alguien ha hecho en nombre de alguien para restablecer un sistema u otro según a quien preguntes. Pero los hijos muertos son de ese hombre, y sólo de él.
En el Passeig Sant Joan de Barcelona está el bar 7 de julio, estuvo regentado por navarros y ahora lo está por chinos, pero curiosamente no han cambiado el escudo de Navarra que hay en la puerta, lo que me permite sonreír cada día cuando paso por delante. Quizás sepan que la tradición tiene valor.
Hay semanas en las que rastrear la realidad en busca de inspiración es terrible. No sólo por lo desalentador de vivir en la bronca continua, centrados en lo pequeño, sino porque es aburrido volver una y otra vez sobre los mismos temas. Bastante que nos leen. Al menos en este periódico leernos reopinando no les cuesta dinero.
40 semanas y alguna columna menos después de empezar a compartir reflexiones en voz alta, y antes del parón veraniego, tengo una sensación de déjà vu con los problemas que nos sacuden y con ese empecinamiento en buscar justificación y excusas a lo que son actos despreciables cometidos por gentuza.
Existe la costumbre de esperar a que suceda algo extraordinario o que se cumpla determinada fecha para celebrar o para felicitarnos, sin embargo cuesta reconocer el mérito que tiene sobrevivir al día a día, a resistir, o al simple hecho de avanzar tomando decisiones independiente de que algunas sean exitosas o un fracaso estrepitoso.
Kamchatka es una preciosa y desgarradora película argentina de 2002, que explica con esta península del tablero del Risk lo importante que es tener un lugar donde resguardarse y desde donde resistir. Kamchatka puede ser un lugar, o un momento o lo que cada uno necesite. Mi Kamchatka particular aparece cada 6 de julio en Pamplona.
Se puede pasar por la vida, transitarla, probando opciones pero sin asumir riesgos, y luego está la posibilidad de dejar a la vida pasar por ti y hacer que vivir sea una forma de vida. El rugby es un ejemplo de esto. Los objetivos por encima de los individuos. Ojalá mañana pudiera votar al rugby.
Otra vez muertos, otra vez miedo y otra vez la veda abierta para los debates para ver quién tiene razón. Otra vez. Con la sensación además de que no será la última vez, y volveremos a asustarnos, volveremos a discutir, y a no hacer nada serio para solucionar el problema. Eso sí, siempre podemos quitar o poner una bandera. Y arreglado.
Vaya título, pensarán, para desayunar un sábado. Tenía un tema pensado, y casi perfilada mi colaboración de esta semana, pero me han sacudido dos acontecimientos que han hecho que cambie de idea. Supongo que mi amateurismo todavía hace que quiera escribir pegado a la actualidad en lugar de programarme, denme tiempo.
Estos días se está jugando el mundial de Rugby, como todos sabrán, en Inglaterra. Y en la primera jornada pasó algo que lleva a la reflexión, en un deporte donde no existe la suerte en el campo, la dos veces campeona del mundo Sudáfrica, cayó ante Japón, que solo había ganado un partido hasta la fecha en los mundiales