El secreto del éxito cabe en un pimiento frito. O al menos así lo creen en el bar de un pueblo de Navarra, donde este pequeño bocado se ha convertido en una auténtica institución gastronómica. Crujiente, dorado y con un relleno inconfundible, el pincho de pimiento ha conquistado generaciones enteras de clientes que siguen llenando la barra cada mañana.
El bar está muy cerca de una ferretería muy conocida en la ciudad y de otro restaurante de la ciudad que ha cerrado hace pocas fechas, el bar 1920, donde se han jubilado los dueños y a finales de noviembre espera reanudar la actividad después de un traspaso.
“La gente viene porque todo es casero”, cuenta Quique Villanueva Ruiz, que junto a su hermana Marta Villanueva, Blanqui Zubieta y Juan Guallar, mantienen viva una historia que comenzó hace más de 75 años.
El El Pilar es mucho más que un bar: es una parte del paisaje cotidiano de Sangüesa, donde hablar de sus fritos es casi una cuestión de orgullo local. Lo regenta ya la tercera generación familiar, una saga que empezó en 1948 con Agapito Ruiz y Jovita Zalba, los abuelos de Quique y Marta.
Aquella pareja de aragoneses llegados desde Urriés abrió el establecimiento en un local conocido entonces como bar Moreno, al que cambiaron el nombre por devoción a la Virgen del Pilar. “En esa época era una fonda donde daban comidas y alojaban gente”, recuerda Quique, que ha crecido literalmente entre cazuelas, barra y clientes.
“Mi familia lleva el bar desde 1948. Nosotros somos la tercera generación. En 1996 mis padres, Aurora Ruiz y Rafael Villanueva, se jubilaron, y en el 2000 hicimos una reforma para ampliarlo”, relata. Con una sonrisa mezcla de orgullo y cansancio, añade: “Estoy en el bar desde que nací. Llevo trabajando desde los 24 años y ahora tengo 62. Nos acercamos a la jubilación, pero no hay relevo. No tenemos hijos, así que ya veremos qué pasa. La gente nos dice que no nos jubilemos, pero yo no les hago caso”, indica Quique.
Mientras tanto, el bar sigue rebosando vida. “La barra está a tope por las mañanas y al mediodía. Por las noches ha bajado un poco, pero seguimos trabajando bien”, comenta Quique. En una jornada cualquiera, los clientes entran y salen entre cafés, tortillas y pinchos. “Por aquí han pasado ya abuelos, padres e hijos de sangüesinos que, a su vez, nos han visto crecer a nosotros”, añade con cariño.
El bar El Pilar, situado en plena calle Mayor número 87, mantiene su esencia intacta: un lugar donde la cocina tradicional manda y cada plato tiene el sabor de lo hecho en casa. “Destacan los pinchos, los fritos de pimiento, la croqueta, los champiñones, los platos combinados, además de las ensaladas y hamburguesas, pero sobre todo las tapas. Todo es casero, por eso viene la gente”, explica. En los fogones mandan Marta y Blanqui, mientras Quique y Juan atienden sin descanso tras la barra.
Entre las especialidades que no fallan están los callos, manitas, paticas, chilindrón y el estofado de toro, pero si hay un plato que brilla por encima del resto, ese es el ajoarriero. “Tiene mucha aceptación y se vende mucho. Sobre todo el tapeo y el vermut”, apunta Quique. De momento, “el negocio da para las cuatro personas que trabajamos”, añade satisfecho.
Los fines de semana, el bullicio aumenta. Los aperitivos y las cenas llenan las mesas, y la conversación se mezcla con el olor a fritura. “Si preguntas a un sangüesino por un buen frito, te va a señalar seguro el de pimiento de El Pilar. Mantenemos la receta de mi madre y gusta mucho”, confiesa Quique.
Otro de los imprescindibles es el pincho de champiñón, “frito con ajo y aceite, y con un toque secreto de la casa”, que ya preparaba su abuela. Y si queda hambre, siempre hay una buena tortilla de patatas. “La elaboramos con patata casera, frita por nosotros. Y eso se nota”, insiste.
El bar El Pilar abre todos los días —excepto los jueves, su jornada de descanso— desde las 9.00 hasta las 23.00 horas, y los fines de semana de 10.00 a 1.00. Su aforo ronda las 90 personas, a las que se suman las de su terraza con una decena de mesas, abierta todo el año.
“Hace años que instauramos además la opción de comida para recoger y llevar, y ha tenido muy buena acogida”, explica Quique, que sigue defendiendo cada día la receta familiar del éxito: trabajo, tradición y ese sabor inconfundible a pimiento frito que nunca pasa de moda.