SAN FERMÍN
Álvaro, el valenciano que llega a San Fermín para vender 300 abanicos: "Dormiré en la calle"
Álvaro ha llegado a Pamplona con 300 abanicos y una chaqueta. Espera venderlos todos pronto y poder volver a casa cuanto antes.

Álvaro Cabreras Pino ha vuelto a Pamplona. Tiene 51 años y ha llegado a la ciudad a primera hora de la mañana del 10 de julio, justo a tiempo para el cuarto encierro de San Fermín 2025.
No ha traído maleta ni mochila. Sólo un bolso de deporte negro, con una chaqueta “por si refresca” y un cargamento muy especial: 300 abanicos de madera hechos a mano que espera vender durante las fiestas.
Cabreras es vendedor ambulante. Lleva toda una vida vendiendo en la calle. Y asegura que Pamplona tiene algo especial. “Antes de la pandemia solía venir”, cuenta. “Lo dejé con el coronavirus y ahora lo he retomado”.
Su intención es quedarse en la ciudad hasta que venda cada uno de los abanicos, sin importar cuánto tiempo sea. “No sé cuánto me llevará, pero espero que no mucho porque tengo que dormir en la calle”, confiesa poco después de llegar.
A las 6:30 horas, poco después de instalarse, apenas había vendido un par. Aun así se mostraba optimista. “Acabo de llegar y hace un poco de fresco. En cuanto empiece el calor, aumentarán las ventas”, augura, mientras colocaba sus productos con paciencia y saludaba a los primeros curiosos que pasaban a su lado.
La suya no es una mercancía cualquiera. “Son abanicos de madera y hechos a mano. No como los de otros vendedores”, asegura mientras abre uno con gesto decidido para mostrar su calidad.
Los ofrece a cinco euros y afirma con orgullo que son resistentes, bonitos y distintos a los típicos abanicos baratos de plástico que se venden en otras esquinas. “He venido con lo puesto y los abanicos en el Bilman Bus”, explica con humildad, como si se tratara de una rutina más de su largo recorrido como vendedor.
Su historia está marcada por una vida entera en la calle, una herencia que viene de familia. “Empecé vendiendo fruta en las playas”, recuerda con cierta nostalgia.
Su padre también fue vendedor ambulante, y desde muy joven aprendió lo que implica este trabajo. “La calle es dura. Tú puedes llevar un Maserati, que pierde todo el valor por el simple hecho de estar en la calle”, lamenta. “La gente quiere comprar barato”.
Aun así, no se queja. Asegura que le gusta lo que hace y que, con los años, incluso, ha aprendido idiomas. “Se me da muy bien vender a extranjeros”, comenta, satisfecho. “Alguna vez me compran una caja entera de 12 abanicos y me hace mucha ilusión. Esas ventas te levantan el ánimo”.
Durante estos días, su vista está puesta en el cielo. “El tiempo influye mucho en la venta de abanicos”, admite. Por eso, cada jornada espera que el sol no se esconda y que el calor anime a más personas a acercarse. “Ojalá los pueda vender todos en un día y volverme a casa”, dice con esperanza.
Cabreras no tiene un lugar fijo donde dormir. Sólo su bolsa, su experiencia y la ilusión de repetir lo que ya vivió antes de la pandemia: salir de Pamplona sin abanicos y con algo de dinero en el bolsillo.
Hasta que eso ocurra, seguirá ahí, mostrando sus abanicos con una mezcla de paciencia e ilusión, esperando que el calor —y la suerte— estén de su parte.