La psicóloga Irantzu Lategui Erro, una joven de 27 años, espera paciente en uno de los pasillos la llegada del niño al que acompaña este verano. Es el segundo año que participa en la Escuela de Verano de la Asociación Navarra de Autismo (ANA). Una experiencia que recomienda sin dudarlo "a todo el mundo" porque enriquece "en lo personal y en lo profesional".
Son las nueve de la mañana de un caluroso día de verano. En el colegio público Jesús María de Huarte, ubicado en el barrio de San Juan, los pasillos están en silencio. Esta circunstancia no se hace extraña teniendo en cuenta la época estival. Sin embargo, al cabo de unos minutos, las risas y el alborozo empiezan a subir las escaleras hacia las aulas y revitalizan la atmósfera de este centro escolar.
No es la primera incursión de Lategui en el mundo del voluntariado. "Cuando estaba en 1º de la ESO participé en otro programa para impartir clases particulares a niños de familias sin recursos".
Recuerda esta experiencia con cariño. Sin embargo, no fue hasta que estuvo estudiando la carrera cuando le volvió a picar el gusanillo del voluntariado. "Me pusieron un trabajo sobre los niños con autismo. Empecé a investigar y a recoger material sobre el tema. Y fue en ese proceso en el que di con la asociación Ana", rememora.
Mientras rebuscaba en su página web encontró el proyecto de las Escuela de Verano y la de Navidad, que se replica todos los años en Pamplona y Tudela. No se lo pensó. El verano pasado, a partir de la tercera semana de julio, comenzó a colaborar en esta iniciativa. Y repitió en Navidad. "Este año estoy todo el verano", comenta con una sonrisa de oreja a oreja.
Y es que asegura que la experiencia "engancha". Lategui, que da clases en una academia, les habló del proyecto a unas alumnas que querían estudiar Magisterio. "Han estado un par de semanas en julio y se han ido muy contentas y con mucha pena", asegura.
EL DÍA A DÍA EN LA ESCUELA DE VERANO DE ANA
La escuela de verano de ANA busca dar un respiro a las familias durante la época estival, en la que los niños pasan todo el tiempo en casa al no haber colegio. No obstante, también es una buena herramienta para que estos niños no pierdan el ritmo de su día a día. "Los niños con autismo necesitan mucha rutina", explica la voluntaria. "En junio terminan el colegio, pasan tres meses en sus casas, todo el tiempo rodeados de su familia, y en septiembre se les hace muy difícil la vuelta".
Por ese motivo, el día a día de la Escuela de Verano está "muy estructurado". Nada más llegar, participan en una asamblea que sirve para que ubiquen dónde están, qué día es y qué tiempo hace, entre otras cosas. "Cantamos canciones y eso les gusta mucho", comenta Lategui. Después, llega el momento del trabajo en mesa. En función de la edad, hacen una actividad u otra y trabajan el lenguaje, la motricidad o la grafía, por ejemplo.
Posteriormente, realizan una dinámica de grupo antes de ir a almorzar. Tras el almuerzo, participan en una actividad de ocio y comen. "Paseamos por el parque Yamaguchi o hacen piragua", especifica cómo son algunas de esas actividades.
Justo después, a las 14:30 horas, llegan las familias a recoger a sus hijos. Para Lategui hacer este voluntariado supone definitivamente un esfuerzo, "pero tiene su recompensa". Y esta no es otra que "la relación tan bonita que creas con el niño que te asignan".
"Cuando hacen algún avance sientes una satisfacción enorme", señala. Y es que muchos de los niños acuden durante todo el verano a la escuela. Esto permite ver a los voluntarios que, efectivamente, se está produciendo una progresión real. "Hay cosas que para ello el primer día eran un mundo y el último se van haciéndolas con una sonrisa".
"Muchas veces, los voluntarios llegamos a las 14.30 horas agotados. Y, entonces, veo a las familias y pienso que ellas son las auténticas heroínas", insiste la voluntaria. Y recuerda que son esas familias las que realmente están todo el día, "24/7", trabajando para sacar lo mejor de estos pequeños: "Son todas encantadoras y están implicadísimas con sus hijos", pone en valor.
En la Escuela de Verano los niños se organizan en diferentes aulas, de alrededor de cuatro. No obstante, este año los grupos han salido un poco más grandes debido a la alta demanda. "Lo habitual es que por aula haya un voluntario con cada peque y, además, dos personas tutoras de cada grupo".
Precisamente, el hecho de que haya más niños este año se ha traducido en que todavía hacen falta más voluntarios para las últimas semanas de agosto. "Ahora tenemos como siete niños por aula y necesitamos gente".
Y a aquellas personas que se están planteando participar en la iniciativa, Lategui les anima: "Es una forma muy bonita de conocer en primera persona qué es el autismo". En su caso, durante la carrera se había acercado a este trastorno de forma teórica. "Cuando llegué aquí me di cuenta de que no tenía ni idea de qué era realmente", constata.
Por eso, recomienda este voluntariado para profesionales a los que en algún momento de su vida les vaya a tocar tratar con este tipo de personas. "Tengo amigas profesoras que me llama para pedirme consejo porque se encuentran con un niño autista en el aula. Pero esta es una masterclass brutal", apostilla.
No obstante, incide en que está abierto a todo el mundo que quiera ayudar. Y agradece que "la confianza" depositada por el equipo de ANA en los voluntarios. "Tienen mucha habilidad para contarnos cómo funciona todo y son un equipo que está muy involucrado. Para mí son mi inspiración porque veo la vocación que tienen".
"No hace falta irse muy lejos para hacer un voluntariado más grande". Y concluye con esta reflexión: "En tu propia ciudad también te necesitan porque hacen falta este tipo de recursos. Y es una manera de poner tu granito de arena".
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