No les comprendo, confieso que no les comprendo. No comprendo como Alberto Garzón y Pablo Iglesias insisten en que es un error que el Gobierno haya acudido al Tribunal Constitucional para pedir la suspensión del acuerdo del Parlamento de Cataluña de iniciar los pasos hacia la secesión.
A menos que la CUP facilite este jueves la investidura de Artur Mas mediante el truco de darle los dos votos que le faltan como imprevista iniciativa de dos diputados "desobedientes", los líderes del independentismo podrán encontrar la salida que en el fondo anhelan, pues es la única que tiene el jardín en el que se han metido: que todo quede en agua de borrajas, pero ellos nimbados por la romántica aureola del que ha luchado hasta el final.
La aprobación este lunes por parte del Parlamento de Cataluña de una resolución en la que se declara solemnemente en su primer punto "el inicio del proceso de creación del Estado catalán independiente en forma de República" no deja de ser, aparte de otras consideraciones de tipo político o jurídico, un día triste para muchos españoles, que ven como transcurridos treinta y siete años desde la aprobación de la Constitución, una parte del territorio nacional quiere separarse del resto de España.
Ante el último golpe de efecto de los parlamentarios separatistas catalanes anunciando su intención de saltarse la Constitución y de desobedecer a los tribunales españoles, estoy seguro de que quienes no siguen el día a día de la política se estarán preguntando: ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? ¿Cómo es posible tamaño desafío al Estado de Derecho que de estar protagonizado por ciudadanos de uniforme nadie dudaría en calificarlo de anuncio de golpe de Estado?