- miércoles, 09 de abril de 2025
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Ante el último golpe de efecto de los parlamentarios separatistas catalanes anunciando su intención de saltarse la Constitución y de desobedecer a los tribunales españoles, estoy seguro de que quienes no siguen el día a día de la política se estarán preguntando: ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? ¿Cómo es posible tamaño desafío al Estado de Derecho que de estar protagonizado por ciudadanos de uniforme nadie dudaría en calificarlo de anuncio de golpe de Estado?
Cómo ha cambiado el cuento. Si en los tiempos de Pablo Iglesias (el fundador del socialismo español, cuidado con las comparaciones odiosas), la utopía era la sociedad sin clases, ahora es el reformismo pregonado por Pedro Sánchez como resorte de la campaña electoral a punto de formalizarse con la disolución de la Legislatura.
El disparate no sé si jurídico o político, o jurídico-político, de citar al presidente de la Generalitat a declarar como imputado por el incalificable delito de haber organizado una consulta popular, bien que de aquella manera, se muestra en todo su espesor, en toda su magnitud, con la fecha elegida para la comparecencia: el 15 de octubre.
Al margen de lo más importante, que los secesionistas hayan perdido el plebiscito encubierto que ponía en jaque la unidad de España, en los comicios catalanes se han dado algunos resultados que parecen anticipar tendencias de voto en las próximas elecciones legislativas. El éxito de Ciudadanos (25 diputados, tenían 9) y el fracaso del PP (11 escaños, tenían 19) es uno de ellos.
Es lo que pasa siempre el día después de unas elecciones: que los políticos se tienen que enfrentar a la realidad. Y la realidad es que Artur Mas es un líder cuestionado aunque Oriol Junqueras, su par en Ezquerra, defienda que el actual presidente de la Generalitat debe repetir en el cargo.
Cada una de las elecciones que se van produciendo en España provoca un alud de cambios, de aceleraciones, de sustos y de saltos. Así, hablando de saltos, en las catalanas del pasado domingo, que tantos efectos están teniendo en tantos aspectos, el salto más espectacular, quizá el más prometedor de nuevos récords, fue el de Albert Rivera.
El independentismo catalán tiene un techo: poco más de un millón ochocientos mil votos. Es el resultado obtenido por la coalición entre Convergencia y Esquerra, "Junts pel Sí" y por la CUP en estas elecciones autonómicas, pero no solo en esta convocatoria electoral, también en las anteriores en las que el tema de la independencia se puso encima de la mesa.
Nada más conocerse los resultados electorales, los secesionistas salieron a celebrar que les habían votado algo menos de un millón de personas, que habían triunfado sin ningún a discusión, que su éxito les parecía relevante, e ignoraron al 1.122.460 ciudadanos que, de una manera explícita, a través de sus votos al PP, PSOE y Ciudadanos, habían mostrado su negativa a la aventura.
Los gobiernos de Estados Unidos y China acuerdan el fin del ciberespionaje comercial (y no solo, claro está); se pone así término a una especie de 'guerra mundial' incruenta en el espacio, aunque Rusia, que se va convirtiendo de la mano de Putin en una especie de 'estado gamberro', para nada se une a esa aparente normalización entre la primera potencia mundial y el país emergente por naturaleza.