COMERCIO LOCAL
La Despensica de Nieves, 37 años de historia en un pueblo de Navarra: “Estoy contenta porque hago lo que me gusta”
"La gente del barrio confía. Saben que lo que compran está bueno y es de calidad y yo a eso le doy un valor”, subraya.
Las estanterías están llenas de fruta fresca, pan recién hecho, pastas artesanas de Navarra y todo tipo de productos de primera necesidad. Detrás del mostrador, siempre con una palabra cercana para quien entra, está Nieves Induráin Baztán, de 53 años, que desde hace 16 es la responsable de una tienda que se ha convertido en punto de encuentro para los vecinos, a solo media hora de Pamplona.
El negocio lo abrió su tía Elvira Induráin hace ya 37 años. Entonces se llamaba Panadería Elvira y era una referencia en el barrio. Cuando ella se jubiló, Nieves decidió dar el paso y quedarse con el local. “Hace dieciséis años que se jubiló y yo me la quedé. Hace dos años le hicimos una reforma y le cambié el nombre para personalizarla un poco. Ahora es más mía que cuando empecé”, recuerda.
Antes había trabajado en la asesoría Ascofi, en el obrador de la carnicería Garro y también como comercial de fábricas de cerámica italiana. Esa experiencia, reconoce, le dio seguridad para emprender en solitario, aunque el cambio supuso asumir sacrificios. “Estoy contenta porque hago lo que me gusta”, explica, y no duda en presentarse como “la despensa del barrio”.
Su tienda, ubicada al comienzo de la Calle Mayor en el número 95 de Tafalla, mantiene vivo el espíritu del comercio de cercanía. A la clientela le ofrece un poco de todo: fruta, verdura, panadería, congelados, conservas, bebidas, artículos de droguería y, sobre todo, un trato personal que marca la diferencia. “Las pastas ricas y la fruta y verdura son el producto estrella”, apunta con convicción.
Ese contacto directo es, para ella, lo mejor de su trabajo. “Son todos gente que conoces, cercanos. Nos conocemos todos. Ya es entrar y hablamos de todo. A mí me gusta y a ellos también. Confían en ti y eso es lo que más se premia. Saben que lo que compran está bueno y es de calidad y yo a eso le doy un valor”, subraya.
El local sigue siendo propiedad de su tía, a la que paga un alquiler asumible. “Me ayuda. No me aprieta mucho”, comenta sonriente. Y además de atender detrás del mostrador, Nieves se ocupa de todo: desde el almacén hasta la limpieza, los pedidos, el inventario o los desplazamientos diarios para traer productos frescos, ya que apenas dispone de espacio de almacenamiento.
El horario tampoco deja demasiado margen. “Vengo a las 8,30 y se abre al público a las 9 de la mañana. Los sábados también por la mañana y hasta hace dos o tres años también abría los domingos, pero ahora no abro los domingos. Sí que abro los festivos. A las tardes solo abro dos días a la semana porque son bastante suaves”, detalla.
En su entorno familiar también saben del esfuerzo que requiere el negocio. Su marido, Juan Antonio, trabaja en una tienda de recambios de automóvil. No tienen hijos, algo que dificulta pensar en una continuidad de la tienda. “El relevo va a estar un poco complicado, pero en comercios pequeños está complicado tengas hijos o no los tengas. Es duro. Yo estoy contenta, pero es verdad que es complicado”, reconoce.
Consciente de la competencia de las grandes superficies e internet, asegura que mantenerse al frente de un pequeño comercio supone mucha entrega. “Hay que meter horas, estar encima y es mucho sacrificio para sacar dinero para vivir, gracias a que estoy yo sola. Ya me gustaría que me ayudase alguien para tener algo más de libertad para mis cosas, pero es casi impensable contratar a alguien, es muy caro”, admite.
Nieves también se encarga de llevar personalmente la compra a casa de las personas mayores que acuden a su tienda, en su mayoría jubilados. “No me cuesta nada hacer el favor”, dice, convencida de que esos gestos son parte de la esencia de un comercio de barrio que ha sabido resistir al paso del tiempo.