Han pasado casi 50 años desde que una mujer con manos de panadera y alma de emprendedora encendiera el horno por primera vez. Hoy, a sus 88 años, sigue entrando a diario al obrador, coloca pastas en las cajas con la misma precisión de siempre y se mantiene activa porque, como dicen sus hijos, ha sido su vida.
Sigue al pie del cañón en una localidad que ha crecido mucho en los últimos años junto a la autovía que comunica a Pamplona con Logroño, situada a solo cinco minutos de Estella.
Su nombre es Dolores Guembe, y su historia es también la de una familia entera volcada en un negocio discreto, sin escaparates ni redes sociales, pero con una clientela fiel que vuelve una y otra vez, incluso desde lejos, solo por el placer de probar sus recetas.
El obrador no tiene cartel, ni tienda al uso. Es fácil pasarlo de largo. Hay que preguntar a los vecinos o fiarse de la pista que da una furgoneta rotulada aparcada cerca. Al llegar, lo que se ve es una casa corriente. Nada indica que en el piso bajo se preparen pastas artesanas que han llegado a los estantes de numerosos supermercados y que han conseguido hacerse un hueco entre las favoritas de muchos consumidores por su calidad, su sabor y su fidelidad a los ingredientes naturales.
“Esto tiene que gustar”, comentan desde la familia. Lo dicen con la tranquilidad de quien sabe que lo que ofrece es bueno. “Si viene alguien a comprar, no me cuesta nada abrir la casa y venderle una caja, pero casi todo lo vendemos a los supermercados”. Y lo cierto es que, aunque trabajan con discreción, tienen una producción sólida, casi 200 kilos de pastas al día, y una reputación ganada a pulso durante décadas.
El proyecto comenzó en 1978, fruto del esfuerzo conjunto de Dolores y su marido, Ramos Izcue Roitegui, quien falleció en 1980, a los 80 años. Desde entonces, ella no se ha apartado del obrador. De hecho, en 2011, la asociación de mujeres Iranzu le rindió homenaje durante las fiestas del pueblo, destacando su carácter trabajador y pionero. “Llegó de Mendavia hace más de 60 años a vivir y trabajar aquí. Fue siempre emprendedora y montó con su marido el negocio que ahora llevan sus hijos. Está jubilada, pero no retirada. Allí está siempre con las pastas”, dijeron entonces.
El oficio le venía de casa. Su padre fue panadero en Artajona, su madre en Mendigorría, donde nació ella. Después, la familia se trasladó a Oteiza de la Solana, donde todavía sigue activa una panadería gestionada por sus descendientes. Hoy, los hijos de Dolores —Juan Jesús, Joaquín, Josefi y Lourdes— continúan el legado. También ha empezado a colaborar su nieta María, que apunta a ser la tercera generación.
Dentro del pequeño obrador familiar, separado del resto de la vivienda, se elaboran dos líneas de producto: una más tradicional y otra integral, en la que fueron auténticos pioneros en Navarra. En ambos casos, mantienen una filosofía muy clara: ni aditivos, ni conservantes. Solo ingredientes básicos: harina de trigo, margarina vegetal (con aceite de girasol y coco), mantequilla, azúcar, almendra y huevos.
Las opiniones que circulan en redes sociales son tan naturales como sus pastas. “Excelentes galletas sin azúcar. Los roscos de choco integrales, buenísimos. Si los hicieran de medio kilo, ya sería la bomba”, ha escrito una clienta.
Otro mensaje destaca: “Les queremos hacer llegar que sus productos, y sobre todo las Guembitas integrales, son deliciosos. Les deseo muchos años más”. Una de las opiniones más entusiastas dice: “Ir a comprar al obrador es toda una experiencia. Te dejan probar toda la variedad, y eso me ha llevado a viajar hasta allí varias veces al año”.
Y es que las Guembitas, que no se han publicitado jamás, se han convertido en auténticas estrellas entre los productos artesanos de Navarra. Con su sabor inconfundible y su cuidada presentación individual, han hecho que el nombre de Pastas Dolores Guembe circule de boca en boca, desde una casa modesta en el corazón de Villatuerta hasta las despensas de quienes valoran lo bien hecho.