Roberto San Juan Belloso, de 53 años, lleva toda una vida entre cajas de fruta, verduras frescas y madrugones épicos. Es la tercera generación de Frutas San Juan, un negocio familiar que ha pasado de abuelo a padre y ahora a él que recorre los pueblos de Navarra.
“Esto lo hemos mamado”, explica con un tono mezcla de orgullo y costumbre, recordando que su abuelo José San Juan, descendiente de Miranda de Arga, ya se dedicaba a lo mismo, igual que su padre, Jesús San Juan Azcona. “Estoy por aquí desde que tenía veintipocos años... y lo que queda, y que quede”, afirma, con una convicción que revela que no se entiende a sí mismo lejos del mercado.
En ese oficio que respira tradición, ha aprendido a sobrevivir entre cambios de ubicación, días flojos, temporadas buenas y jornadas maratonianas. Los martes se han convertido en su día más exigente, porque desde hace décadas —“igual 40 años o más”, precisa— acude al mercadillo de Barañáin para montar su puesto de fruta y verdura antes de que amanezca. Coincide con otros puestos de toda la vida como el frutero de Lerín.
Ese ritual comienza cuando la mayoría duerme: “Salimos de Calahorra a las 4 y media de la mañana para llegar aquí sobre las 5:45. Nos cuesta hora y pico preparar el puesto y para las 7:30-8:00 ya tenemos todo montado”. Después llega el ritmo incesante de la venta, el trato directo con clientes de siempre y la recogida, que puede alargarse hasta “las seis o las siete de la tarde”.
La venta ambulante es su forma de vida, y también su entrenamiento diario. Roberto asegura que lleva “por lo menos 30 años en Barañáin”, aunque ha pasado por varias ubicaciones debido a reestructuraciones. “Antes nos poníamos en otra calle y luego nos trasladaron a la plaza actual, pero por aquí cerca”, recuerda mientras revisa la colocación del género.
No está solo en esta tarea: trabaja con su empleada, Erkuden Mañas Jaca, y de vez en cuando recibe la ayuda de sus hijos, Marco y Jesús, aunque ellos, recalca, no se dedican a pleno rendimiento al negocio. “El relevo generacional ya no hay tanto. La gente joven quiere cosas más cómodas. Yo sigo feliz aquí. He estado y estoy toda la vida”.
El puesto funciona, aunque con la irregularidad propia de este tipo de negocio. “Vamos. Ahí estamos. Hay días mejores y otros peores. Está la cosa tranquilita pero vamos vendiendo”, comenta mientras observa el flujo de gente que se acerca al género fresco.
Roberto asegura que viven “de esto todo el año” y que es posible salir adelante “trabajando mucho y metiendo muchas horas”. Esa constancia es la que mantiene el puesto lleno de color desde primera hora, con frutas y verduras que él mismo selecciona, porque se dedica únicamente a “comprar y vender”. No tiene huerta propia y se apoya en proveedores de confianza para abastecerse.
A partir del invierno, el negocio se anima y aparece uno de sus imprescindibles de temporada: el cardo, un producto del que habla con entusiasmo. “Está buenísimo”, dice con una sonrisa que delata el orgullo del vendedor que conoce bien lo que ofrece. Y Barañáin no es el único punto de su ruta semanal. “Hacemos más mercados como Burlada los miércoles, Lumbier y Aoiz, de por aquí cerca”, explica mientras ya piensa en la logística del día siguiente.
El mercadillo de Barañáin abre cada martes de 8:00 a 14:00 horas, en el aparcamiento situado entre la calle Comunidad Valenciana y la Avenida Eulza. Allí se despliega un mosaico de puestos que ofrecen desde frutas, verduras y hortalizas hasta ropa, calzado, bolsos, cinturones, droguería, mercería, bisutería, flores, plantas, menaje, embutidos, quesos, encurtidos, frutos secos o golosinas.
En ese universo de colores y olores, el puesto de Frutas San Juan se ha convertido en un clásico de los martes, un lugar donde la tradición familiar y el madrugón diario se transforman en cajas bien alineadas y conversaciones que empiezan antes del amanecer.