Durante los Sanfermines, entre pañuelos rojos, bullicio y camisetas blancas, hay quien prefiere la sombra y la pintura. Justo al lado del Patio de Caballos de la plaza de toros de Pamplona, una figura ya habitual se ha sentado un año más con un abanico en una mano y un pincel en la otra.
Es fácil reconocer su puesto: varios abanicos taurinos decoran la barandilla, con toros, toreros y hasta mozos corriendo el encierro en plena carrera. Si alguien se reconoce en una de las escenas, puede que incluso se lleve el abanico gratis.
“No es un negocio, es una afición”, insiste este veterano artista. Cada día, de 11 a 14 horas, lo que dura el sorteo del apartado, trabaja bajo la sombra mientras observa el ir y venir de la gente. Los abanicos los vende por 25 euros, aunque algunos le llevan más trabajo que otros. “Me traigo unos hechos desde casa y otros los pinto sobre la marcha”, cuenta.
Detrás de esta rutina sanferminera está un hombre de 74 años, natural de Badajoz capital, que ha regresado este 2025 a Pamplona por cuarto año consecutivo. Su nombre es Joaquín Martínez Castaño, un apasionado del mundo taurino que lleva más de dos décadas pintando abanicos en ferias de ciudades como Madrid, Sevilla, Málaga, Ronda o Antequera. “Pero como en San Fermín, en ningún sitio. Esto es una pasada. Me encantó desde la primera vez que vine”.
Lo que más le ha sorprendido de estas fiestas es el trato de los locales. “El público de Navarra es auténtico, muy amable. Me han acogido muy bien y les gusta mucho lo que hago”, explica, visiblemente agradecido.
Este año ha llegado el domingo 7 de julio y se quedará hasta el día 14. No ha venido solo: le acompañan tres amigos de Ronda que también han montado su pequeño puesto de artículos taurinos, como pulseras. “Hemos alquilado un piso para los días de fiesta”, comenta.
Aunque algo vende, lo cierto es que la venta no es su prioridad. “Lo importante es estar aquí, disfrutar del ambiente. Esto lo hago por gusto. Si un mozo se ve en el abanico, se lo regalo. Y a algún torero también”, explica mientras da las últimas pinceladas a un encierro pintado en abanico.
En su entorno, sin embargo, no todos comparten su pasión. “Mi mujer, Lola, no quiere venir. No le gustan estas fiestas y, además, dice que es mucho gasto. No es taurina. Mis tres hijos sí me apoyan, pero ninguno es aficionado a los toros. Este año les he dicho que vengan, al menos para disfrutar del ambiente”.
Cuando el cuerpo lo permite, acude también a los toros. “Si torea Talavante, que es de mi tierra, o Morante, intento ir. Pero este año no había entradas y la reventa estaba muy cara. Algunos los veo por televisión”, explica. No es nuevo en esto: la afición le viene de familia. “Mi hermano fue novillero, muy bueno. Pero tuvo una cornada muy grave en un pueblo de Extremadura y no pudo tomar la alternativa. Desde entonces, esto me ha gustado mucho”.
Mientras pinta, también observa. Y aunque reconoce que “hay algo de suciedad y algún gamberrete”, no duda en destacar el trabajo de los servicios municipales. “El servicio de limpieza es muy bueno. Me ha sorprendido mucho. Estoy muy contento, muy feliz aquí”. Aunque, entre risas, reconoce que la estancia tiene fecha de caducidad: “Me quedaría más tiempo de vacaciones, pero es que mi mujer me va a echar de casa”.