- domingo, 07 de diciembre de 2025
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Curiosa la contención de las fuerzas políticas españolas en sus reacciones tras la muerte de Fidel Castro: parecía que alguna izquierda se sentía más obligada a lanzar alguna velada crítica a la figura ("con claros y oscuros" Iglesias dixit) del líder cubano que la derecha, que extremó su respeto por el fallecido.
El otro día recordaba El Mundo que cuando Álvaro Nadal nuevo ministro de Energía, Turismo y Agenda Digital llegó a la Oficina Económica de la Presidencia del Gobierno, a finales de 2011 ordenó a su equipo aplicar lo que él llamaba "la política de los tres carteles" a todo gran empresario o lobby que apareciera por Moncloa.
Quiso Pedro Sánchez acaparar este sábado un último cuarto de hora de protagonismo, saliendo ante los medios a anunciar su renuncia al escaño y sugiriendo que pasa a convertirse en un 'ala crítica' de su partido, frente a la postura errónea que, al parecer, él interpreta que representa la gestora a la que respalda Susana Díaz y que preside Javier Fernández.
Anda en estos días el presidente de la gestora del PSOE, el asturiano Javier Fernández, intentando empezar a recomponer y a restañar los profundos desgarros que dejaron en las filas socialistas el bochornoso espectáculo protagonizado dentro y fuera del Comité Federal el pasado uno de octubre.
¿Se acuerdan del doctor House, ese tipo bien peculiar al que su equipo acudía cuando no sabían establecer diagnóstico ante un enfermo grave o complicado? Acudían a él con la certeza de que daría en la clave del asunto, que él sabría diagnosticar y, lo que suele ser más complicado, como tratar, como decírselo al enfermo.
Nunca me gustó hacer leña del árbol caído, pero, en este caso, releo cuanto he escrito desde finales de 2015 y reconozco, no sé si con legítimo orgullo, con falsa modestia o con algo de aprensión, que he opinado multitud de veces que Pedro Sánchez, aquel fallido e imposible candidato a presidir el Gobierno de España, se estaba suicidando políticamente con su 'no, no, no' a cualquier acuerdo con el Partido Popular, en general, y con Mariano Rajoy, en particular.
La famosa obra de John Reed, referente a la revolución rusa de octubre de 1917, 'diez días que cambiaron el mundo', me viene al pelo para titular este comentario, que piensa, precisamente, en la 'revolución' que, necesariamente, vamos a vivir en las estructuras políticas españolas desde este sábado, comité federal del PSOE, hasta que, el día 31, acabe el plazo para lograr una investidura y haya que convocar elecciones.
Culpar de todo a Pedro Sánchez, abroncar a los críticos, mirar bien o mal a Susana Díaz, asistir atónitos a lo que está pasando en el PSOE, es, tal vez, quedarse en la anécdota, en la explosión sin más porque alguien tuvo que poner la dinamita antes para que ese gran edificio de casi siglo y medio se esté viniendo debajo de la noche a la mañana.
Observando la lucha cainita que devora al PSOE y las maniobras del sector crítico para defenestrar a Pedro Sánchez como panacea para solucionar la crisis que aqueja a este partido que últimamente cuenta las elecciones por derrotas me ha venido a la memoria una frase atribuida a Manuel Azaña.
La ambigüedad pos electoral de Pedro Sánchez, esa que le llevó a decir que "no es no" a Rajoy pero también que no habría terceras elecciones, tenía una razón en clave interna del PSOE que, al despejarse, ha propiciado la guerra abierta entre el secretario general y los dirigentes regionales.
Comprendo que el hecho de que uno, que no es nadie, diga que no entiende a Pedro Sánchez, al secretario general del PSOE y candidato a lo mismo y a la presidencia del Gobierno de España, eso le importe un pito. Aunque, la verdad, seamos legión los que, desde posiciones que algún día fueron de simpatía hacia él, afirmamos ahora nuestra incapacidad de saber a qué diablos responden sus salidas.