- sábado, 10 de mayo de 2025
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Hay populismos con distintas etiquetas, pero tienen un mínimo común denominador: un caudillo que exige poderes sin control, una relación mística con la gente, el pueblo, las bases o los militantes, para devolverles el poder, que él regentará sin controles, y el monopolio de la verdad.
El anuncio de la vuelta de Pedro Sánchez a la carretera está generando mucha preocupación entre los responsables de la Gestora presidida por Javier Fernández que, como es sabido, lleva meses intentando reducir la crispación interna desatada tras la traumática defenestración del secretario general.
Ser o no ser, esa es la cuestión. A la manera de Hamlet, Pedro Sánchez vive atenazado por las dudas. En la estala de aquel atormentado príncipe de Dinamarca, el defenestrado secretario general duda si proseguir su viaje por España en pos de los militantes del "PSOE de izquierdas" o tirar la toalla.
Curiosa la contención de las fuerzas políticas españolas en sus reacciones tras la muerte de Fidel Castro: parecía que alguna izquierda se sentía más obligada a lanzar alguna velada crítica a la figura ("con claros y oscuros" Iglesias dixit) del líder cubano que la derecha, que extremó su respeto por el fallecido.
El otro día recordaba El Mundo que cuando Álvaro Nadal nuevo ministro de Energía, Turismo y Agenda Digital llegó a la Oficina Económica de la Presidencia del Gobierno, a finales de 2011 ordenó a su equipo aplicar lo que él llamaba "la política de los tres carteles" a todo gran empresario o lobby que apareciera por Moncloa.
Quiso Pedro Sánchez acaparar este sábado un último cuarto de hora de protagonismo, saliendo ante los medios a anunciar su renuncia al escaño y sugiriendo que pasa a convertirse en un 'ala crítica' de su partido, frente a la postura errónea que, al parecer, él interpreta que representa la gestora a la que respalda Susana Díaz y que preside Javier Fernández.
Anda en estos días el presidente de la gestora del PSOE, el asturiano Javier Fernández, intentando empezar a recomponer y a restañar los profundos desgarros que dejaron en las filas socialistas el bochornoso espectáculo protagonizado dentro y fuera del Comité Federal el pasado uno de octubre.
¿Se acuerdan del doctor House, ese tipo bien peculiar al que su equipo acudía cuando no sabían establecer diagnóstico ante un enfermo grave o complicado? Acudían a él con la certeza de que daría en la clave del asunto, que él sabría diagnosticar y, lo que suele ser más complicado, como tratar, como decírselo al enfermo.
Nunca me gustó hacer leña del árbol caído, pero, en este caso, releo cuanto he escrito desde finales de 2015 y reconozco, no sé si con legítimo orgullo, con falsa modestia o con algo de aprensión, que he opinado multitud de veces que Pedro Sánchez, aquel fallido e imposible candidato a presidir el Gobierno de España, se estaba suicidando políticamente con su 'no, no, no' a cualquier acuerdo con el Partido Popular, en general, y con Mariano Rajoy, en particular.
La famosa obra de John Reed, referente a la revolución rusa de octubre de 1917, 'diez días que cambiaron el mundo', me viene al pelo para titular este comentario, que piensa, precisamente, en la 'revolución' que, necesariamente, vamos a vivir en las estructuras políticas españolas desde este sábado, comité federal del PSOE, hasta que, el día 31, acabe el plazo para lograr una investidura y haya que convocar elecciones.
Culpar de todo a Pedro Sánchez, abroncar a los críticos, mirar bien o mal a Susana Díaz, asistir atónitos a lo que está pasando en el PSOE, es, tal vez, quedarse en la anécdota, en la explosión sin más porque alguien tuvo que poner la dinamita antes para que ese gran edificio de casi siglo y medio se esté viniendo debajo de la noche a la mañana.
Observando la lucha cainita que devora al PSOE y las maniobras del sector crítico para defenestrar a Pedro Sánchez como panacea para solucionar la crisis que aqueja a este partido que últimamente cuenta las elecciones por derrotas me ha venido a la memoria una frase atribuida a Manuel Azaña.