COMERCIO LOCAL
Asier, la tercera generación en su tienda familiar de Pamplona que cumple 50 años: “Aún daremos guerra”
"Los clientes son de toda la vida, de siempre, sabes de qué pie cojean y hay mucha amistad con todos”, comenta.

El hombre tras el mostrador tiene el gesto sereno de quien ha pasado media vida despachando herramientas y utensilios de cocina, atendiendo a los vecinos que cruzan la puerta. De los pocos comercios de su tipo que quedan en Pamplona, el local sigue en pie gracias al esfuerzo de Asier Gárate Iturriagagoitia, de 49 años, que ha asumido el reto de mantener viva una tradición familiar que comenzó hace ya casi 50 años.
Está muy cerca de otros establecimientos que hemos conocido en esta sección de comercio local en la ciudad, como es el caso del bar Le Mans que triunfa con su gran variedad de tortillas de patata o el conocido bar Danubio.
Asier es la tercera generación al frente del negocio. Lo inició su padre José Joaquín Gárate Larrañaga junto a su abuelo, Marcelino Gárate Unceta-Barrenechea, a finales de 1974, cuando abrir una ferretería en aquella zona era una aventura. Los dos trabajaron codo a codo. Ahora el legado recae sobre Asier, quien lleva solo en el mostrador desde hace siete años.
“El abuelo trabajó conmigo”, recuerda José Joaquín, de 74 años, mientras pasea por el barrio que lo ha visto crecer. “Yo terminé la carrera y él compró el local. Le di de alta como empleado mío antes de que se jubilara”, cuenta, orgulloso de haber mantenido el negocio a flote durante 45 años. A pesar de los cambios y de la competencia, su hijo ha tomado el relevo con la misma determinación.
Ubicada en el barrio de San Juan, en la travesía del Monasterio de Urdax 2, la ferretería Gárate es uno de esos negocios que resisten el paso del tiempo en Pamplona. Pero no es fácil. “Que siga el negocio sí es un orgullo. Lo que no sabemos es si seguirá mucho tiempo”, admite Asier. “Me quedan años, pero viendo el panorama del comercio, no pinta bien. La gente joven no quiere seguir con estos horarios partidos. Ojalá algún familiar tome el relevo. Tengo dos hijos: el mayor viene a ayudarme cuando tiene fiesta en San Sebastián, donde estudia, y en verano trabaja aquí. La hija aún es pequeña”, cuenta.
El negocio, que abre a partir de las 9:30 horas, mantiene la esencia de siempre. La mayoría de lo que venden es menaje y bombillas, cosas útiles del día a día, pero también hay cristalería, cubertería y hasta algunas herramientas para los clientes más fieles. “Procuramos tener mucho género y un poco de todo. Antes había que tener mucho stock directo de fábrica, pero ahora tenemos una plataforma de compra en Beriáin que nos facilita las cosas”, explica Asier.
La clientela de la tienda ha cambiado poco en casi medio siglo: muchos son vecinos de toda la vida, rostros familiares con los que Asier ha forjado amistades. “La gente que viene a comprar es de todas las edades, aunque el barrio es un poco mayor. Los clientes son de toda la vida, de siempre, sabes de qué pie cojean y hay mucha amistad con todos”, comenta, valorando el trato cercano y la fidelidad que han cultivado generación tras generación.
Sin embargo, la competencia ha cambiado el terreno de juego. El auge de las grandes superficies y el impacto de Internet han puesto a prueba la resistencia de la ferretería. “Cada día es más difícil”, reconoce Asier. “Tenemos una web, pero no vendes nada. Amazon te come. Ahí sí que no hay mercado”, lamenta. Para muchos pequeños comercios, la batalla parece perdida antes de empezar.
“Aún daremos guerra”, asegura Asier, mientras revisa el escaparate con gesto decidido. Es consciente de que el negocio requiere mucho esfuerzo, algo que pocos están dispuestos a asumir hoy en día. “Todo lo que sea inversión metiendo horas es algo que no quiere nadie. Es el problema de todos los comercios. No podemos hacer frente a las grandes superficies que abren cada vez más”, reflexiona. Trabaja solo, junto a otra persona, y contratar a más empleados resulta impensable.
A pesar de las dificultades, el vínculo familiar sigue siendo el motor de la tienda. “El abuelo trabajó conmigo hasta su jubilación y ahora yo ayudo a Asier cuando lo necesita. Yo me acerco al barrio con los amigos para dar una vuelta y tomar un aperitivo”, cuenta José Joaquín, quien reconoce que la clave ha sido siempre el esfuerzo: “Se puede seguir viviendo de una ferretería siempre que se trabaje mucho y metiendo muchas horas entre pedidos y compras. Con el horario solo de ocho horas ya puedes cerrar e irte a casa”.
Aunque el futuro es incierto, Asier mantiene la esperanza de que alguno de sus hijos o sobrinos quiera continuar con el legado. “Hay que trabajarlo, cuesta, pero también es parte del barrio. No es lo mismo coger el coche e irse a comprar fuera de la ciudad”, concluye, con la determinación de quien no está dispuesto a rendirse tan fácilmente.