Abre cada día a las seis de la mañana. Incluso antes lo hacía a las cinco, pero las normas cambiaron tras la pandemia. En cuanto levanta la persiana, ya tiene clientes esperando para almorzar. A esa hora sirve café, bocadillos, cazuelicas y lo que haga falta a los primeros trabajadores del popular barrio que empiezan la jornada en Pamplona.
“Mi trabajo es por la mañana para el currela. Antes vendía pan, tabaco, pinchos, moscatel y café a primera hora, pero ya no me dejan abrir tan pronto”, cuenta Luis Almagro Borrego de 61 años, mientras remueve una cazuela en la cocina.
Las mañanas son su fuerte. Solo entre semana ya llena el local con quienes saben que allí siempre hay un plato caliente y trato de casa. Pero los domingos son el verdadero pico: entre 40 y 50 almuerzos, la mayoría de ellos para equipos del trofeo Boscos, al que el local patrocina con dos conjuntos. “Todos somos gente del barrio. Estoy contento, por eso sigo aquí”, comenta con naturalidad.
Desde hace un año, comparte el trabajo con su hijo Mikel, de 22 años. No ha tenido más remedio que entrar al negocio, al menos por ahora. Su tío Cristóbal, con 67 años, está de baja tras operarse de la rodilla y, aunque tiene la jubilación activa, ya no trabaja. “Mikel está ahora porque no hay más remedio, pero no le gusta esto. No quiere trabajar los fines de semana. Prefiere algo de lunes a viernes. Esto ha cambiado mucho”, dice su padre.
Y es que en este bar se vive al ritmo del barrio. Entre semana, abren de seis de la mañana a tres de la tarde, de domingo a jueves no trabajan por la tarde. Solo los viernes y sábados, vuelven a abrir a las siete de la tarde, hasta las once de la noche, para atender las cenas de los clientes habituales. “Les he acostumbrado a ese horario y ya vienen siempre”, cuenta Luis.
La cocina, sencilla y sabrosa, gira en torno a lo tradicional: callos, ajoarriero, lechezuelas, albóndigas en salsa, bocadillos de huevo con todo... Las cazuelicas mandan. No es cocina de autor, sino la de toda la vida, y ese ha sido su éxito durante tres décadas. Porque este bar acaba de cumplir 30 años desde que los hermanos Almagro decidieron quedarse con él.
El 1 de septiembre de 1994 fue el primer día que lo gestionaron juntos. “Mi hermano había trabajado aquí como empleado durante dos años. A mí me gustaba este bar y le propuse cogerlo entre los dos. Estuvimos siete años de alquiler y luego lo compramos. Antes era una droguería”, recuerda Luis. Desde entonces, han trabajado codo con codo, y seguirán “hasta que nos jubilemos”.
Los Almagro son de Pamplona, aunque sus raíces están en Jimena, en la provincia de Jaén. “Mi padre, Sebastián, es de allí, y mi madre, Damiana, de un pueblo cercano. Aprendí este oficio en los veranos que pasábamos en el sur. Desde los 16 años no he parado”, cuenta Luis. Sus padres, que se conocieron en la capital navarra por motivos de trabajo, se casaron en la Plaza de la Cruz y formaron una familia de once hermanos, todos nacidos en Pamplona.
Interior del bar Ona en la calle San Cristobal 29 del barrio pamplonés de la Chantrea. Navarra.com
Ese viaje migrante desde Andalucía a Navarra forma parte del libro ‘De Jimena a la Txantrea’, escrito por Iñigo Ávila y publicado en 2023, que recoge la historia de cientos de personas que, desde los años 40, dejaron su pueblo para instalarse en el barrio pamplonés.
En sus páginas se menciona incluso un autobús de línea que salía a las seis de la tarde y llegaba a las seis de la mañana, recogiendo a pasajeros en Carcar, Azagra, Andosilla y otras localidades de la Ribera para llevarlos al sur en verano. Aquel autobús era conocido como “la navarro andaluza”.
En medio de ese cruce de raíces y rutinas, este local ha hecho historia sin salir del barrio. Muchos lo conocen como “el Ona de la Txan”, para distinguirlo de otro bar con el mismo nombre en la calle San Gregorio. “Nos llaman para encargar una cena y hay que advertirles: nos llamamos igual, pero no tenemos nada que ver”, explica Luis. El suyo está en el número 29 de la calle San Cristóbal, en pleno corazón de la Txantrea. El Bar Ona, ese que abre cuando el resto duerme, ha cumplido tres décadas al pie del cañón.
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