En Baríndano, un pequeño pueblo de apenas 100 habitantes, se mantiene viva la tradición gastronómica con un restaurante que ha sabido conservar el espíritu de la cocina casera. Casa Faustina, un negocio familiar ubicado en el Valle de Améscoa Baja, entre Loquiz y Urbasa, se ha convertido en un referente para quienes buscan sabores auténticos en un entorno rural.
La historia del establecimiento comenzó con Faustina, quien empezó a ofrecer comida en su propia casa a montañeros, viajeros y trabajadores que pasaban por la zona. Décadas después, su hija Ana Barrena y su yerno Tito han tomado el relevo, manteniendo el mismo estilo de cocina que dio fama al restaurante.
El local abre únicamente los fines de semana, a partir de las 12:30, con una propuesta gastronómica basada en un menú degustación. Este incluye una selección de platos tradicionales, entre los que destacan la ensalada mixta, sopa de cocido, alubias rojas, menestra de verduras y paella. Como segundo plato, los comensales pueden disfrutar de gorrín asado, patas de cerdo en salsa o ajoarriero, y finalizar con un postre a elegir, como helados, leche frita, arroz con leche, natillas, queso con membrillo o tarta de queso, entre otros. Por las noches, la oferta se reduce a pinchos y platos combinados.
Además del menú degustación, Casa Faustina ofrece platos al centro para compartir, como chorizo a la sidra, pimientos rellenos, croquetas caseras y revuelto de hongos. El menú tiene un precio fijo de 31 euros por persona, con bebida y pan incluidos, lo que lo convierte en una opción asequible para quienes buscan una comida abundante y de calidad. Para aquellos que prefieren opciones más ligeras, se dispone de un menú reducido con primeros y segundos a elegir. También hay un menú para niños con sopa, macarrones con tomate, escalope con fritos y helado por sólo 15 euros.
Desde su fundación, Casa Faustina ha mantenido su esencia. La comida se sirve en fuentes a la mesa y cada comensal se sirve lo que desee, con la posibilidad de repetir sin coste adicional. Sin embargo, las sobras no pueden llevarse a casa, una norma que han mantenido para evitar que los clientes pidan más de lo que pueden consumir.
La historia del restaurante está marcada por su evolución. En 1983, Faustina decidió transformar la antigua cuadra familiar en el actual comedor del establecimiento, lo que permitió ampliar el espacio y mejorar la atención a los clientes. La decisión fue un reflejo de su carácter emprendedor y de la demanda creciente de un lugar que se había convertido en parada obligatoria para quienes transitaban por la zona. Hoy en día, el restaurante cuenta con un acogedor comedor con capacidad para 50 personas, decorado con elementos rústicos que evocan el ambiente cálido y familiar de antaño.
El restaurante no es el único atractivo de Baríndano. El pueblo conserva el encanto del Valle de Améscoa, con sus casonas tradicionales adornadas con escudos de piedra. La Parroquia de San Millán, de origen románico, es su edificio más destacado, con una portada del siglo XIII y una imponente torre visible desde la distancia. Además, cuenta con una Casa Concejil y un pequeño frontón, donde los fines de semana se mantiene viva la afición por la pelota.
Casa Faustina en Baríndano: Horarios y días de apertura
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Sábados, domingos y festivos: abierto al mediodía.
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Agosto: de jueves a domingo.
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Cerrado: días de labor y Navidades.
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Posibilidad de abrir entre semana para grupos mayores de 30 personas.
Casa Faustina es un ejemplo de cómo un negocio familiar y tradicional puede perdurar en el tiempo, manteniendo viva la esencia de la cocina de antaño en un entorno rural que invita a disfrutar de la buena mesa y la tranquilidad del campo.
A pocos kilómetros, en dirección a Zudaire, se encuentra la Cofradía de San Cristóbal, una de las pocas ermitas que han perdurado en el tiempo. Además, la visita a Baríndano se puede completar con excursiones a parajes naturales cercanos como el Nacedero del Urederra, la Sierra de Urbasa, la Cueva de Basaburua, el río Ullarra y la playa fluvial.
En Casa Faustina, la cocina sigue fiel a las recetas originales. Ana, quien creció entre los fogones de su madre, continúa preparando los mismos platos con los que el restaurante se hizo popular hace más de 50 años. La filosofía del negocio es clara: ofrecer una comida sencilla, bien hecha y sin artificios. Para muchos, una parada obligatoria en el corazón de Navarra.