Un comercio de los de toda la vida en Pamplona está a punto de alcanzar las ocho décadas de historia. En una ciudad donde las grandes cadenas han ido ganando terreno, este negocio goza de buena salud en pleno barrio de San Juan gracias al esfuerzo de tres generaciones y a la fidelidad de unos clientes que lo consideran parte de su día a día.
Quien entra en el local se encuentra con un ambiente cercano, en el que se sigue atendiendo con el mismo trato personal de siempre. Al frente está Koldo Garaicoetxea Elso, un pamplonés que en febrero cumplirá 63 años y que lleva más de 40 trabajando entre mostradores, almacenes y obras. “Empecé con 19 años y lo tengo claro: moriré siendo ferretero. Estoy enamorado de este oficio”, afirma con convicción.
La historia de esta empresa familiar se remonta al lunes 29 de julio de 1946, cuando abrió sus puertas en la calle Pozoblanco número 16. Un día antes, la prensa navarra anunciaba la inauguración con un reclamo llamativo: “Atención, atención, en este nuevo establecimiento encontrarán los industriales y particulares el mayor surtido de artículos de ferretería y electricidad a precios sin competencia”.
Fue la primera semilla de un negocio, la Ferretera Navarra, fundado por Juan Garaikoetxea Azpiroz y Manuel Goldaracena, que más tarde pasó a manos de Luis Garaikoetxea Urriza, padre de Koldo, fallecido hace tres años.
En 1975 el comercio dio un paso más y abrió una segunda tienda en el barrio de San Juan, en la calle Monasterio de la Oliva 19. Este local se convirtió en el centro de la actividad y es el que hoy sigue funcionando, después de que la tienda original de Pozoblanco cerrara en 2008.
En sus mejores tiempos llegó a contar con 16 trabajadores; ahora son cuatro en plantilla, pero con un negocio más especializado. “Estamos volcados en la cerrajería y la seguridad: colocamos puertas acorazadas, sistemas de amaestramiento de llaves, buzones, felpudos o señalítica en obra. Todos los trabajos los hacemos personalmente y nos vamos turnando”, explica Koldo.
Esa especialización ha permitido mantener una clientela fiel. “Tenemos clientes de toda la vida que están plenamente satisfechos. Para mí es un orgullo que la ferretería siga funcionando y que continúe siendo un comercio conocido en Pamplona”, señala. Y lo dice con la experiencia de haber pasado por momentos difíciles.
La crisis de la construcción de 2008 supuso un golpe durísimo para el sector. “Lo pasamos muy mal, pero lo superamos. Hoy seguimos en pie y me levanto cada día con ganas. A veces incluso vengo los domingos para adelantar papeleo o presupuestos. No desconecto nunca, pero me encanta lo que hago”.
El problema llega cuando se habla del futuro. Koldo reconoce que no hay relevo familiar. “Mis hijas tienen su vida. Lorea estudió Económicas y trabaja en París, y Nora hizo Derecho y vive en Madrid. Nunca les ha atraído este mundo. Es una pena porque sin recambio, muchos comercios como el nuestro acaban cerrando. Podría ser que algún empleado se animara a continuar, pero ahora mismo está parado”, admite.
A pesar de ello, el vínculo de Koldo con la ferretería es absoluto. “Con 12 años ya sabía que quería dedicarme a esto. Cuando estudiaba, mi mayor ilusión era ir los sábados a la tienda de mi padre. En verano me obligaban a coger vacaciones, pero yo prefería trabajar allí. Lo llevas en la sangre y engancha”. Y esa implicación se nota en cada detalle: “En verano me voy dos semanas con mis hijas a Zarautz, pero siempre estoy con el móvil porque llegan llamadas. Como somos pocos, es difícil delegar y todos hacemos de todo, codo con codo”.
A lo largo de estas ocho décadas también se han mantenido tradiciones que hacen del negocio algo singular. Una de las más curiosas es la visita anual de la imagen de San Miguel de Aralar. “Desde siempre viene a la tienda. Primero era en Pozoblanco y ahora en San Juan. Organizamos un aperitivo, recibimos a la imagen con música de txistu y lo compartimos con amigos. Mi tío Manuel Goldaracena era de Latasa y mi abuelo de Iribas, y tenían mucha relación con el capellán de San Miguel. Es un día muy especial”, relata Koldo, orgulloso de mantener viva la costumbre.