Un gancho metálico que cuelga del techo sigue siendo la herramienta para alcanzar las latas en las baldas más altas. Las estanterías, de madera maciza y más de dos metros de altura, las fabricó un pastor reconvertido en tendero hace más de medio siglo en Pamplona. En ellas se colocan cuidadosamente productos que hoy cuesta encontrar: alubias negras de Tolosa, pinta de Salamanca, garbanzo de León... Aquí no solo se vendían: se explicaba cómo cocinarlos, cómo aprovecharlos, cómo disfrutarlos.
Es un establecimiento que está situado en la esquina de la avenida de Carlos III con la calle Gorriti. Está muy cerca de otros establecimientos que hemos conocido en esta sección de comercio local en la capital navarra, como es el caso de la tienda trofeos Sago de Conchi Gómez.
El mostrador, el mismo desde hace décadas, ha presenciado generaciones de compras al detalle, de encargos familiares, de vecinas que pasaban “a por lo de siempre”. Muchos han aprendido a comer —y a conversar— en este lugar que ha resistido, como pocos, el avance de las franquicias, las grandes superficies y el ritmo acelerado de la vida moderna.
Pero ha llegado el momento de parar. El próximo 30 de junio, esta tienda de ultramarinos cerrará definitivamente sus puertas. Su responsable, Javier Zazu Piramuelles, ha decidido jubilarse. Lo ha anunciado con dos carteles en el escaparate que lo resumen todo: “Cierra por jubilación. Se alquila por jubilación el 30 de junio”. Con su marcha, desaparece también el último vestigio de un modelo de comercio familiar y cercano que marcó una época.
Javier nació en agosto de 1960. Comenzó a ayudar a sus padres en la tienda con 15 años. Desde entonces, ha atendido día tras día a sus clientes, muchos de los cuales han sido también vecinos, amigos o confidentes Entonces llevaban la compra a casa de los clientes de forma gratuita ya que era parte del servicio.
El negocio fue idea de su padre, Antonio Zazu Berrade, que con 36 años en 1975 dejó atrás su vida como pastor en el Valle de Salazar, donde desde los 14 años había cuidado ganado en zonas como Las Bardenas, para abrir un pequeño local de 35 metros cuadrados junto a su esposa, Conchita Piramuelles González. Aquel establecimiento, sencillo pero con alma, se convirtió con el tiempo en uno de los comercios más conocidos del segundo Ensanche.
En los años dorados del barrio, llegaron a convivir casi treinta tiendas de ultramarinos. Hoy solo sobrevive esta. Todo ha cambiado. El barrio se ha envejecido. La forma de comprar es diferente. Las grandes superficies se han instalado fuera y las franquicias ocupan las calles.
Los mensajes que recibe estos días lo emocionan. “Tienda de las de toda la vida, un lujo que siga al pie del cañón. Producto fresco, regional y de muy buena calidad. El dueño es excepcional”, escriben en redes. Otros hablan de “una tienda de ensueño, de las que no quedan. Resiste estoicamente desde 1951. Productos de primerísima calidad. Su propietario, Javi, un crak amable, educado y extrovertido”.
Ese “Javi” que todos reconocen tras el mostrador es el rostro de Casa Antonio, la tienda que ha estado en funcionamiento durante casi 75 años y que ha sido un punto de referencia en la avenida Carlos III, en la esquina con la calle Gorriti, en Pamplona. No es solo un comercio que se despide, es una forma de vida que dice adiós.