COMERCIO LOCAL
Walter, el emigrante que apostó por Pamplona y ahora es dueño de su negocio: "Todo se lo debo a este país"
"El español es muy buena gente, y sus costumbres me encantan. San Fermín es una pasada. Todo me gusta", asegura con emoción.

Veinte años han pasado desde que Walter Méndez Duri aterrizó en Pamplona con 25 años y muchas ganas de trabajar. Dos décadas después, su vida está completamente asentada: tiene una hija navarra de 16 años, Sharbel, una esposa, Lidia, que trabaja en Peralta, y un negocio propio que ha crecido con él.
Su establecimiento está muy cerca de otros que que hemos conocido en este apartado de comercio local, como por ejemplo la frutería Bretón de María Ángeles y Pili o la panadería Mina de Virginia que lleva toda la vida en el barrio.
"Cuando llegué aquí, vine solo y sin conocer a nadie. Soy el último de mis hermanos, y ninguno ha querido dejar Bolivia. Pero yo tenía claro que quería salir adelante", comenta. A pesar de la distancia con su familia, Walter se siente plenamente agradecido con el país que le ha dado oportunidades.
"Si miro para atrás, creo que esto nunca lo hubiera conseguido en mi país. Todo lo que tengo es fruto de mi esfuerzo y del apoyo que me ha dado España", asegura.
Su trayectoria laboral en el país ha sido variada. Durante tres años llevó un bar (El Chili) en la calle Sangüesa, un local conocido por la comunidad latina, hasta que decidió traspasarlo y apostar por otro negocio. "No me ha ido mal", admite con humildad.
"Empecé como inquilino y ahora soy propietario del local. Trabajo junto a tres empleados. Solo me faltan dos años para terminar de pagarlo. Eso significa que me va bien", dice con satisfacción.
Desde 2015, regenta un supermercado en la avenida de Zaragoza número 32, en pleno barrio de la Milagrosa. "Cuando entré, la tienda era más pequeña, pero hemos crecido. Vendemos chucherías, productos latinos de Sudamérica y Centroamérica y hacemos envíos de dinero".
"La gente manda mucho a sus familias", explica. A pesar de la competencia y la subida de precios, su negocio sigue en marcha. "Estamos en la lucha, pero seguimos adelante", afirma.
El trabajo no tiene horario fácil. Abre todos los días, de domingo a jueves de 9:00 a 00:30, y los viernes y sábados hasta las 2:00 de la madrugada. "No queda otra si quieres salir adelante", señala.
Su rutina laboral hace que termine sus jornadas a altas horas de la noche, pero se siente seguro. "Pamplona es una ciudad limpia y tranquila. Salgo del trabajo sin miedo porque hay mucha seguridad. La policía está siempre rondando la zona, algo impensable en mi país", comenta.
A pesar del esfuerzo diario, Walter ha podido viajar a Bolivia solo dos veces en 20 años, la última el año pasado, cuando pasó un mes y medio con su familia. "Me encantaría ir más, pero el trabajo no me lo permite", confiesa.
La ciudad le ha acogido bien y eso se nota en su forma de hablar de ella. "El español es muy buena gente, y sus costumbres me encantan. San Fermín es una pasada. Todo me gusta", dice con una sonrisa. Veinte años después, sigue aquí y no tiene planes de marcharse.