Con la vuelta al cole, mochilas, uniformes y estuches suelen pasar de un hermano a otro. Sin embargo, los zapatos no deben heredarse nunca, advierten los podólogos, porque cada pie es único y necesita un calzado adaptado a su forma y pisada. “El calzado escolar es el que más tiempo usan los peques, entre 9 y 12 horas al día, por lo que es más importante invertir en unos buenos zapatos que en la mochila o el estuche”, explica Luis Ángel Arigita, presidente del Colegio de Podólogos de Navarra.
En las guarderías (0-3 años), cuando los más pequeños empiezan a gatear y dar sus primeros pasos, lo recomendable es ir descalzos o con calcetines antideslizantes siempre que el entorno lo permita. “Así se estimula la musculatura y se favorece el desarrollo de la marcha”, recuerda Arigita. Si el centro exige calzado, debe ser ligero, flexible y transpirable, con suela fina y cierre de velcro o cordones. Cada niño debe tener sus propios zapatos, nunca heredados.
El sudor es otro factor a vigilar en estas edades. Conviene cambiar los calcetines a diario y optar por fibras naturales. Más que corregir, lo fundamental es observar el movimiento del pie: caídas frecuentes, arrastrar los pies o dolor pueden ser señales de alerta sobre alteraciones neurológicas o del desarrollo.
A partir de los 3 años y medio, cuando la marcha ya está consolidada, los especialistas recomiendan realizar la primera revisión podológica. Es el momento idóneo para detectar problemas como pie plano, rotaciones de las piernas o dismetrías. “Si no se tratan, pueden afectar a rodillas, caderas o columna”, ha señalado Arigita.
En la etapa escolar (3-12 años), el error más habitual de las familias es heredar zapatos. Según los podólogos, un zapato usado ya está deformado por el pie del anterior propietario y eso puede provocar rozaduras, inestabilidad y alteraciones en la marcha. Además, el crecimiento infantil es rápido: los pies pueden alargar hasta 8 milímetros en tres meses, por lo que es recomendable revisar la talla con frecuencia.
El calzado escolar debe tener pala recta, suela flexible y ligera, materiales transpirables y plantilla plana y extraíble. Se deben evitar tacones, plataformas, zapatos estrechos o de segunda mano. “Cada pie es único y necesita un zapato propio, nunca heredado”, ha advertido Arigita.
En casa, lo mejor es alternar calzado: basta con calcetines antideslizantes o zapatillas de andar por casa. “Dejar que los pies respiren evita la acumulación de humedad, los hongos y los papilomas, muy comunes tras el verano en niños que han acudido a piscinas”, ha añadido.
Los especialistas recomiendan acudir al podólogo si los niños se quejan de dolor en pies, tobillos o piernas, si se caen con frecuencia, caminan de puntillas o meten los pies hacia dentro. En estos casos puede ser necesario un tratamiento con plantillas personalizadas o ejercicios de reeducación postural.
“El inicio de curso es un momento perfecto para programar una revisión anual en el podólogo, igual que hacemos con el dentista o el oftalmólogo. La salud de los pies es clave y cualquier problema detectado a tiempo tiene fácil solución”, ha concluido Arigita.