COMERCIO LOCAL
Una tienda de Pamplona cambia de barrio después de 60 años: “Es más moderna y mucho más cómoda”
El objetivo que se han propuesto es “ofrecer la tapicería al gusto del cliente, a medida para el espacio que tenga”, aseguran.
Después de más de seis décadas de historia, la Tapicería Gayarre inicia una nueva etapa sin renunciar a su esencia. Este histórico negocio familiar, especializado en tapicería artesanal, sigue en manos de la familia Valencia, con Igor Valencia Tarrio, de 48 años, al frente, junto a su socio, el colombiano William Suárez, de 43. Ambos trabajan cada día por mantener vivo un oficio que ha resistido el paso del tiempo y la llegada de los muebles industriales.
Durante más de medio siglo, el taller funcionó en la calle Gayarre, en el barrio de la Milagrosa, donde fue primero la Tapicería Aralar y, más tarde, la actual Tapicería Gayarre, dirigida durante más de treinta años por el veterano Jesús Valencia Jiménez, de 75 años, “del barrio del Mochuelo”.
Desde el 1 de octubre, el negocio ha cambiado de local y ahora se encuentra en la calle Bardenas Reales número 9, en el barrio de Santa María La Real, a no mucha distancia del anterior, en la zona sur de Pamplona.
El traslado, cuenta Igor, ha sido una decisión muy meditada. “Después de bastantes años intentamos comprar el taller, pero no llegamos a un acuerdo y decidimos cambiarnos de local para mejorar el espacio de trabajo”, explica. “Estamos de alquiler por ahora, pero es un cambio a mejor: el taller está más actualizado, es más cómodo a la hora de trabajar y estamos contentos”.
Durante 45 años, la familia Valencia trabajó en el local de la Milagrosa, donde Igor comenzó hace dos décadas y William se incorporó hace siete años. Ahora, ambos afrontan el reto de consolidarse en su nueva ubicación. “De momento vamos bien. Solo falta que los antiguos clientes nos ubiquen en esta nueva sede. Ya nos irá conociendo también la gente del barrio. Es más cómodo para aparcar que antes, siempre hay sitio, casi junto al Soto de Lezkairu”, comenta el responsable.
Igor asegura que el oficio goza de buena salud, aunque necesita un cambio de mentalidad entre los consumidores. “Se puede vivir de la tapicería. Hay que cambiar el pensamiento de la gente navarra y en general, porque cuando quieren comprar un sofá van a una tienda, cuando deberían venir al tapicero para que se lo haga a medida y con el diseño que quieran. En las tiendas hay malos sofás y malas telas”, reflexiona.
En su opinión, el valor está en lo duradero. “Primero hay que llamar al tapicero. La gente joven piensa más en comprar para cinco años que en invertir en un sofá que puede durar veinte. Hay que recuperar ese gusto por el trabajo bien hecho”, subraya.
Por su parte, William Suárez llegó a Pamplona desde Colombia casi por casualidad. “Vine de visita turística y, como era tapicero, pregunté si podía trabajar con ellos. Me aceptaron y vine con permiso de trabajo. Llevo siete años y ya soy socio”, cuenta. Con 20 años de experiencia en el oficio, defiende que su objetivo es “ofrecer la tapicería al gusto del cliente, a medida para el espacio que tenga”.
Asegura sentirse plenamente integrado en la ciudad. “En Pamplona se vive muy bien. Me gusta todo: el clima, la gente, la comida. Todo. Estoy aquí con mi pareja, Julia Alexandra, y mi suegro, Werner Torres”, comenta sonriente. Sobre la nueva sede, añade: “Ha sido muy positivo el cambio, hay más luz, es más moderno y más cómodo para todo”.
Ambos coinciden en que la competencia ha crecido. “Cada vez hay más tapiceros. Hay que luchar más, ajustar precios y ofrecer calidad”, reconoce William. “Lo único que nos diferencia es que somos buenos en lo nuestro. El cliente se da cuenta. Los muebles son como la ropa: siempre se necesitan para la casa. Lo único que cambia es el modelo”.
Dejar atrás el viejo local, sin embargo, no ha sido sencillo. Jesús e Igor, pamploneses de toda la vida, admiten que ha sido un cambio sentimental. “Lo extrañas un poco. Se hace raro. Estás acostumbrado y hasta el coche te lleva primero a la calle Gayarre antes que aquí. Me ha pasado alguna vez. A mi padre le ha costado más que a mí”, confiesa Igor con una sonrisa nostálgica.
“La palabra que lo define es nostalgia. Es como cuando te compras un coche nuevo y te acuerdas del anterior. Solo falta que la gente se anime a venir al nuevo local, a conocerlo. Que sepan que si van al viejo taller y lo ven cerrado, no es porque la tienda haya cerrado, sino porque nos hemos cambiado para mejorar”, concluyen satisfechos con esta nueva etapa en la Tapicería Gayarre.