• viernes, 11 de julio de 2025
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COMERCIO LOCAL

Laura, la vecina de Pamplona que lleva cuatro décadas atendiendo su cafetería: “No se ha cerrado ni solo un día”

“He disfrutado mucho con la gente, me he reído mucho, he trabajado bien. No me ha ido mal”, comenta.

Laura Vicente en la barra de la cafetería Lorea en la Rochapea. Navarra.com
Laura Vicente en la barra de la cafetería Lorea en la Rochapea. Navarra.com

A los 11 años, Laura Vicente Pérez llegó a Pamplona con su familia, procedente de un pequeño pueblo de la provincia de Zamora, San Martín del Pedroso. Hoy, a sus 68 años, lleva 38 años al frente de la cafetería Lorea en pleno barrio de la Rochapea, un lugar que ha sido testigo de su vida y de la vida de muchas personas que, año tras año, se han convertido en parte de su historia.

El establecimiento está muy cerca de otros que hemos conocido de comercio local en la capital navarra, como la tienda del zapatero Cándido o la mercería Isabel que ha tenido relevo recientemente.

Todo comenzó cuando abrió las puertas de su local en la calle Ustárroz número 26, en la esquina con la calle Artica, un establecimiento que fue el primero de su tipo en la zona. Desde entonces, no ha faltado ni un solo día a su cita con los clientes, ni siquiera cuando muchos de ellos no podían venir por las restricciones de la pandemia o por los días difíciles en los que tuvo que lidiar con la enfermedad de su marido, Juan Villanueva, quien falleció hace seis años.

“Nosotros siempre hemos abierto. No hemos cerrado ni un solo día por vacaciones”, asegura Laura con orgullo. En sus primeros años, el horario era extenso: “Antes no cerrábamos al mediodía, pero ahora lo hacemos de 2 a 5 de la tarde. Aunque antes estábamos hasta las 5 de la mañana, ya veis, otra historia”, recuerda. Un testimonio de esfuerzo, compromiso y dedicación que ha perdurado incluso cuando, por motivos personales, tuvo que hacer frente a momentos muy difíciles. “El único tiempo que no abrimos fue durante los tres meses en que mi marido estuvo enfermo. Es algo que tiene mérito”, subraya Laura.

El negocio familiar no tiene futuro en sus hijos. “No porque ya cada uno tiene su empresa. Este trabajo tiene que salir del corazón y gustarte. Si no, no hay nada que hacer”, comenta con sinceridad. Aunque sus hijos están bien con lo que hacen, no es algo que les llame:

“Yo antes trabajaba con mi hija, pero cuando tuvo un niño hace ocho años dejó de venir”, explica Laura. Por ello, la dueña busca un relevo para continuar con su legado, ya sea por medio de la venta, traspaso o alquiler, aunque bromea: “Con dinerito por delante, que viene mucha gente pero sin dinero”.

A pesar de estar cerca de la jubilación, Laura sigue con energías y, si la salud se lo permite, no tiene intención de dejar de trabajar. “Si tengo que estar aquí hasta los 70 años, bien de salud, pues aquí estaré”, afirma con firmeza. El trabajo en la cafetería no le ha supuesto un sacrificio:

“He disfrutado mucho con la gente, me he reído mucho, he trabajado bien. No me ha ido mal”, comenta. Sin embargo, reconoce que la principal razón por la que le gustaría retirarse es poder pasar más tiempo con sus nietos: “Ellos son lo primero para mí. Me gustaría disfrutar un poco más de ellos”.

Laura ha sido testigo de cómo el mundo ha cambiado, y en esos 38 años ha visto momentos complicados como la prohibición de fumar en los bares o los días más oscuros de la pandemia, cuando las calles estaban vacías. “Aquel fue un mal momento. La gente no salía, tenía miedo. Pero aquí estuvo la Laura”, afirma con una sonrisa en el rostro.

La cafetería ha pasado por varios cambios, pero lo que siempre ha permanecido es el trato cercano de Laura con sus clientes, muchos de los cuales han sido fieles durante años. “Tengo clientes de Arazuri, de Ollacarizqueta… Me aprecian mucho y yo a ellos también. Les conozco tan bien que sé de qué pie cojean”, comenta con cariño. “Paso más tiempo aquí que en mi propia casa”, asegura, mientras recuerda cómo ha visto crecer a muchos de ellos.

La cafetería sigue siendo un lugar entrañable que ofrece desde las 7:30 de la mañana cafés, pinchos, bollería, bocadillos, sándwiches, y tortillas de patata. Si se lo piden con antelación, Laura también prepara meriendas o cenas de cumpleaños. En la barra, sigue conservando la vieja báscula en la que antaño pesaba las pastas, un detalle que ha quedado grabado en la memoria de muchos. “Aún está ahí. Nos ha acompañado todos estos años”, comenta nostálgica.

Laura Vicente Pérez, con su dedicación y alegría, ha logrado que su cafetería sea más que un simple negocio: es un hogar para todos aquellos que han pasado por su barra, que han encontrado en su sonrisa un refugio, y que siempre la recordarán como la mujer que, durante casi cuatro décadas, ha sido el alma de un lugar querido en el barrio.

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