- sábado, 14 de junio de 2025
- Actualizado 08:08
Unos lo llaman pacto del botellín y otros pacto del botellón. Ganas de enredar. No es buen comienzo esta vinculación alcohólica -bueno, digamos simplemente recreativa-, del más ruidoso de los vectores aparecidos en vísperas de la campaña electoral como referencia del quinielismo aplicado a lo que podría ocurrir el 26 de junio por la noche.
Llegan con cuentagotas las noticias de Grecia; ocupan un lugar poco destacado en los medios y ningún partido -hablo de Podemos, naturalmente- parece que tenga muchas ganas de seguir llamando "hermano" a Tsipras y menos aún de izar junto a Syriza la bandera que iba a cambiar el rostro inhumano de una Europa tiránica y capitalista hasta la desesperación. Ya nadie habla del inefable Varufakis -ni siquiera el propio Tsipras- que ya no es más que un verso suelto atractivo pero imposible.
Políticos y opináticos parecen haber alcanzado un acuerdo sobre los resultados de la próximas elecciones y, desde que se empezó a vislumbrar que íbamos a tener que volver a las urnas, o sea el mismo 20-D, aunque Sánchez no se diera cuenta, vienen a concluir que saldrá más menos lo mismo y que en eso es en lo que coinciden las encuestas.
Pocas veces he sentido tan profundamente esa sensación de orfandad que sentí el miércoles pasado cuando a las 8 de la mañana acudí a comprar los periódicos y me encontré con un hueco difícil de llenar, el del diario El Mundo, que por primera vez desde su aparición nos dejaba huérfanos.
Va a ser una de las palabras más repetidas de aquí al 26 de junio, fecha en que los españoles que quieran podrán volver a votar merced a la incapacidad, de unos más que de otros, que han demostrado los dirigentes políticos para ponerse de acuerdo tras los comicios del pasado 20 de diciembre.