- lunes, 16 de junio de 2025
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Se tenía tan asumido que el Congreso de los Diputados era poco más que un elemento decorativo, parte del atrezo de una democracia supuesta más que real, o bien un sitio donde 350 ciudadanos hallaban una confortable y bien remunerada colocación, que el descubrimiento de que puede y debe servir para otra cosa, para hacer política sin ir más lejos, se interpreta por algunos como un anuncio del Apocalipsis, y ello sin necesidad de que el profeta Elías, el anunciador oficial, haya obtenido el acta de diputado.
Dos personas tan lúcidas como Miquel Iceta (PSC), en el campo de la política, y Juan José Toharia, en el de las Ciencias Sociales, se sumaron este fin de semana al coro de voces que claman por un diálogo eficiente entre los partidos políticos ante el reto de la inestabilidad, cuya expresión más visible, aquí y ahora, sería una repetición de las elecciones generales por falta de entendimiento en el intento de formar una mayoría de gobierno para la incierta Legislatura que acaba de nacer.
Resulta comprensible que la foto de una Infanta de España sentada en el banquillo de los acusados concite un lógico interés mediático porque todos los segmentos de la población esperaban este día; unos para ver si se aplicaba la doctrina Botín y otros para discutir el modelo que podría llevar para la ocasión la encausada.
Quien, como yo mismo, pasó la tarde y parte de la noche del domingo contemplando la sesión del Parlament catalán en la que, de urgencia, se invistió a Carles Puigdemont como nuevo -y sorprendente- president de la Generalitat, sin duda que, fuese el espectador independentista o no, acabó con un nudo en el estómago.