Es de esos sitios que llevan toda la vida en el barrio y terminan convirtiéndose en parte de su paisaje. Es un clásico en Pamplona. No está en la avenida principal, pero quien lo conoce, repite. Y no solo por su ambiente acogedor, sino por su terraza cubierta, perfecta para disfrutar del buen tiempo sin prisas.
Está muy cerca de otros establecimientos que hemos conocido en esta sección de comercio local en Pamplona, como es el caso del bar Txiki Jai o del bar Jeiki que dirige Jon Bilbao.
Este mes de marzo, el local va a cumplir cuatro años con María Lourdes Morales, de 59 años, y Pedro Marín, de 57, al frente. Esta pareja, ella de origen riojano y él aragonés, lleva décadas en Pamplona y apostó fuerte por el negocio tras la pandemia. “Nos orgullece haber llegado hasta aquí. Cada año hemos crecido, tenemos más clientes y trabajamos mejor y más a gusto”, cuentan. “Es nuestro barrio, vivimos aquí desde siempre, estamos a cinco minutos del bar y conocemos a casi todo el mundo, aunque sea de vista”.
Cuando cogieron el local, el panorama no era fácil: el bar estaba cerrado tras la pandemia y hubo que empezar de cero. “Nos ha costado mucho esfuerzo, pero lo hemos sacado adelante”, explican. Hoy, el café con pincho por las mañanas es un clásico y, a última hora de la tarde, las tostadas y los ibéricos se han convertido en la seña de identidad del Malú.
El tardeo y el mediodía son los momentos más fuertes del bar Malú en Iturrama, con varias cuadrillas que ya son clientela fija. “El fin de semana cada vez va a más. No damos menú del día, pero tenemos una carta con opciones frías y tostadas que preparamos en la plancha”, explican. De hecho, las tostadas son el plato estrella. “Tenemos tres variedades, pensadas tanto para parejas como para grupos. Es lo que más se pide a última hora de la tarde, sin esperar a la cena. A partir de las diez, la gente empieza a recogerse y ya hay menos movimiento”.
No son nuevos en la hostelería. Antes de abrir el bar Malú, han trabajado en locales como El Cafetal, el antiguo Yuste, Pan Iruña, Taberna y Tahonas. “Por eso nos suenan tantos clientes. Nos dicen que aquí siempre está abarrotado”, cuentan entre risas. Los fines de semana, la afluencia es tal que el bar se mantiene abierto hasta bien entrada la tarde. “Aquí no echamos a nadie, podemos estar hasta las cinco o seis con gente que no ha podido ni entrar antes”, explican.
El domingo por la tarde y el lunes, el bar cierra. “Necesitamos descansar un poco, porque no tenemos relevo. Estamos los dos solos”, comentan. Abren a las 10 de la mañana, cierran al mediodía y vuelven a las 19 horas. “A esa hora aquí no se hace nada, porque no damos menú. Pero siempre ponemos una tapa gratis con cada consumición. Es nuestro detallico y la gente lo agradece. Unas aceitunas, patatas fritas, jamón, queso, chorizo, un canapé… según el día”.
Otro de los atractivos del Malú es su decoración. “Cada año le damos un toque diferente y lo hacemos nosotros mismos. De cómo estaba antes a cómo se ve ahora no tiene nada que ver. Cambiamos colores, detalles... así la gente lo nota y no se hace aburrido”, explican. Y si hay algo que los clientes valoran, es la terraza. “Nos dicen que esto es primera línea de playa. Da mucho el sol, hay árboles y jardines, y lo mejor es que no hay coches. Muchos creen que es la mejor zona del barrio”, cuentan.
Sobre el futuro del bar, la pareja ya empieza a plantearse un relevo. “Vamos cumpliendo años y esto es más para gente joven”, reconoce Lourdes. “Si surge una oportunidad, lo valoraremos, pero de momento seguimos al pie del cañón. Una pareja con ganas de trabajar lo podría llevar perfectamente, incluso metiendo más horas que nosotros”, añade.
En su familia, sin embargo, no hay relevo. “Nuestros hijos se dedican a otras cosas. Nos hemos sacrificado para que ellos estudien y no tengan que trabajar en hostelería. Seguiremos aquí hasta que aguantemos, atendiendo a la gente con empatía y ganas”, aseguran en el bar situado en la calle Serafín Olave 11 de Iturrama.