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COMERCIO LOCAL

Nora levanta un bar de Pamplona en dos años con sus hamburguesas: “No pensaba que me iba a ir tan bien”

Es un establecimiento de paso obligado para los aficionados de Osasuna que acuden a ver a su equipo en El Sadar.

Nora Orellana Sejas en el bar Anduriña en el barrio de la Milagrosa en Pamplona. Navarra.com
Nora Orellana Sejas en el bar Anduriña en el barrio de la Milagrosa en Pamplona. Navarra.com

Nora Orellana Sejas ha recorrido un largo camino desde que llegó a Pamplona hace casi veinte años. Lo hizo desde Bolivia, con 30 años recién cumplidos, y ha trabajado en todo lo que ha podido: en residencias de mayores, en limpieza de domicilios, en cafeterías como el Bahía o bares de la Plaza del Castillo. Ahora, con 50, gestiona su propio local en el corazón del barrio de la Milagrosa, y reconoce con una mezcla de sorpresa y orgullo: “Me va bien. Muy bien. No pensaba que me iba a ir tan bien”.

Es un establecimiento que está situado en pleno barrio de la Milagrosa. Está muy cerca de otros que hemos conocido en este apartado de comercio local, como la frutería Bretón o la tienda de cortinas Percol.

Tiene claro que no hay una fórmula mágica. “Aquí no tenemos un horario fijo. Si hay gente, abrimos. Si no, cerramos. Pero si hay movimiento, hay que estar en el tajo”, cuenta con naturalidad. Ha aprendido a adaptarse a los ritmos del barrio, de los clientes, y sobre todo a los del fútbol. El Sadar está cerca, y eso se nota.

Todo lo que viene de El Sadar tiene que pasar por aquí. Ayuda mucho”, reconoce. Ella y su familia aprovechan esos días para servir platos combinados, preparar hamburguesas caseras de ternera con especias, que es lo que más gusta, y atender sin descanso.

Nora no está sola en esta aventura. Le acompaña su marido, Pedro Rivero, también boliviano, que tiene una tienda de informática en la Plaza de la Cruz y, cuando puede, le echa una mano. Tienen dos hijos: Hans, nacido en Navarra, y Laura. En casa, como en el bar, el ritmo no para.

Todo esto sucede entre las paredes del bar Anduriña, un local situado en la avenida de Zaragoza 65, en pleno barrio de la Milagrosa. Es uno de esos bares con historia, abierto a finales de los años 60, al mismo tiempo que se levantaban los edificios del barrio. Su nombre, de origen gallego, no es casual: la Milagrosa acogió en sus inicios a muchos emigrantes gallegos, y el Anduriña se convirtió en una extensión de su tierra, un refugio donde comer, charlar y seguir sintiéndose en casa.

En los años 80, se transformó en punto de encuentro para los seguidores de Osasuna que acudían al estadio. La publicidad de la época lo dejaba claro en la prensa local:
“Quédate a gusto. En la Cafetería Anduriña da gusto quedar con la gente… por los pinchos, la atención, lo agradable del lugar. Y si además quieres quedarte lo puedes hacer a mesa puesta con un buen pollo asado o cualquiera de nuestros platos combinados”.

El local ha tenido varios gestores a lo largo de los años. Uno de los más recordados fue Gabriel Ferrero Prada, que falleció en 1999 con solo 49 años. Hoy, bajo la batuta de Nora, el bar ha dejado atrás la gastronomía gallega para abrazar una oferta más popular y casera: patatas bravas, rabas, alitas de pollo, anillas de calamar, salchipapas y una buena colección de fritos (de gamba, de tigre, de pimiento, de calamar y de jamón) que llenan el mostrador los fines de semana.

Por las mañanas, el ambiente es tranquilo y la clientela busca energía con un desayuno completo —café, zumo y croissant por 1,80 euros—. Pero cuando llega el fin de semana y hay partido, el local se transforma. La gran pantalla del bar se enciende y se llena de aficionados. “Somos muy futboleros. Antes íbamos a El Sadar, pero ahora no podemos por el trabajo”, cuenta Nora. Aunque no se pierde la ilusión: “El próximo propósito es ir a ver la Fórmula 1, cuando el trabajo lo permita”.

En Sanfermines, también adaptan la rutina. “Ahí sí ponemos menú del día”, detalla. El bar solo cierra los lunes. El resto de la semana, permanece abierto todo el día: al mediodía no se baja la persiana si hay ambiente, y por la noche se sirve hasta el cierre permitido por el Ayuntamiento.

La esencia del local se ha mantenido, pero con el sello personal de Nora. “No damos nada gallego, ni pulpo ni tapas. Ponemos lo nuestro y todo casero”, explica. En los fines de semana, suman fritos típicos como pimientos, rabas, croquetas o calamares, y la carta se amplía aún más si coincide con jornada futbolera.

Aunque el espacio no es muy grande, muchos lo describen como acogedor. Y ese ambiente, entre cercano y familiar, es el que ha conseguido mantener vivo un bar que lleva más de medio siglo sirviendo comidas, cafés y buenos ratos en el corazón de Pamplona.

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