- domingo, 27 de abril de 2025
- Actualizado 00:00
Se han cumplido cinco años del 15-M y lo que en principio pareció una simple concentración en la madrileña Puerta del Sol, que le dio más de un dolor de cabeza al gobierno socialista de turno, se convirtió poco después en un repulsivo que hizo despertar a una adormecida sociedad que asistía atónita, pero expectante, al efecto dominó que empezó a vislumbrarse.
Empieza a resultar bochornoso el comportamiento de no pocos medios y periodistas que o bien por olvidar la esencia de su profesión y trastornarla en base a ideologías en un ejercicio de apoyo sistemático a la "causa", o bien por miedo a ser tachados de enemigos y fachas, otorgan a Podemos un trato ya no de favor y alfombra sino de poseedores de una bula que les pone a salvo de cualquier crítica, pregunta incómoda y ya no digamos una repregunta que les coloque ante sus vergüenzas.
Unos lo llaman pacto del botellín y otros pacto del botellón. Ganas de enredar. No es buen comienzo esta vinculación alcohólica -bueno, digamos simplemente recreativa-, del más ruidoso de los vectores aparecidos en vísperas de la campaña electoral como referencia del quinielismo aplicado a lo que podría ocurrir el 26 de junio por la noche.
Llegan con cuentagotas las noticias de Grecia; ocupan un lugar poco destacado en los medios y ningún partido -hablo de Podemos, naturalmente- parece que tenga muchas ganas de seguir llamando "hermano" a Tsipras y menos aún de izar junto a Syriza la bandera que iba a cambiar el rostro inhumano de una Europa tiránica y capitalista hasta la desesperación. Ya nadie habla del inefable Varufakis -ni siquiera el propio Tsipras- que ya no es más que un verso suelto atractivo pero imposible.