En un bar de Pamplona las sobremesas se alargan, el vermut se llena de risas y la tele sintoniza los partidos de Osasuna, las motos y los coches. Allí, un bar de los de siempre ha resistido casi seis décadas como punto de encuentro para vecinos, amigos y familias que buscan lo auténtico.
Está situado muy cerca de otros establecimientos comerciales que hemos conocido en esta sección, tan conocidos como la ferretería Gárate, la panadería Gema o el café Barista, todos ellos en el barrio de San Juan.
Quien cruza su puerta se encuentra con platos de puchero, fritos recién hechos, raciones de albóndigas y cazuelicas de las que recuerdan a casa. El ambiente es el de un local de barrio, con clientela fiel que no perdona la tortilla de patata, los pinchos del fin de semana o las comidas con aire casero que se sirven tanto entre semana como en festivo.
En julio, cuando llegan los Sanfermines, el espacio se convierte en uno de los favoritos para los almuerzos multitudinarios. “Tenemos mucho espacio para los almuerzos y una terraza enorme. Damos bien de almuerzos con dos turnos. En total podemos dar 200 almuerzos el día 6 de julio y luego los demás días baja a 30 o 40 almuerzos”, ha explicado el dueño. La fiesta se vive aquí a su manera, lejos del Casco Viejo, pero con la intensidad de quienes disfrutan entre amigos en una mesa grande y con servicio ágil.
Ese local es el Bar Zapata, situado en la calle Virgen del Puy s/n, en pleno corazón de San Juan. Lo abrió en 1969 el abuelo de Luis Alberto Remírez Zapata, actual responsable, que con 43 años se ha convertido en la tercera generación de la familia al frente del negocio.
“Llevamos en el bar desde hace nueve años. Este bar lo fundó mi abuelo en 1969. Lo mantuvieron unos 20 años y lo arrendaron a su hijo con otras dos personas más. Solo se quedó uno de ellos, Alberto Bacaicoa, y estuvo hasta hace nueve años cuando lo cogí yo de nuevo”, ha recordado.
A su lado está su pareja, Silvia Ballaz Lacosta, de 40 años, que también se encarga del día a día. Luis Alberto reconoce que, pese a las dificultades, se mantiene optimista: “El bar va bien. Ahí vamos, contentos. No nos podemos quejar por lo que se oye por ahí. Bien. Vamos ya camino de hacer sesenta años en este local, que será en 2029”.
El menú del día, a 15 euros, es la gran apuesta de la casa. “Lo queremos destacar para que venga más gente y lo prueben. Todo el que entra repite”, subraya el propietario. En la cocina está Patxi, un cocinero con casi dos años en el bar, que ha aportado regularidad y calidad a un recetario muy tradicional. Buena parte de las verduras llegan de la huerta que cultiva Silvia en Liédena, y eso se nota en platos como las pochas, las lentejas o los tomates.
La terraza, amplia y sin coches, se ha convertido en uno de sus grandes reclamos. “Trabajamos muy bien allí, sobre todo con el vermut del fin de semana. Contentos. Van saliendo las cosas”, comenta Luis Alberto. El bar abre hasta los domingos por la tarde y presume de ser el último en cerrar del barrio: “Cierras solo cuando no hay gente. Del barrio seremos los que más tarde cerramos de todos”.
El Zapata se distingue también por su identidad local. “Estoy rodeado de latinos y de chinos. Me estoy quedando solo. Aquí que no falte la tortilla de patata, que es imprescindible, para los trabajadores y gente de paso o del barrio que vienen de siempre y algún pincho. El fin de semana elaboramos más los pinchos”, recalca. La carta incluye desde manitas de cerdo hasta casquería, además de bocadillos y raciones para compartir.
Los clientes han dejado comentarios elogiosos en redes sociales. “Es un sitio muy emblemático para mí y mi familia, también para amigas. Por ese bar han pasado mis hijos y de vez en cuando siguen. Yo hacía tiempo que no iba y estuvimos muy a gusto porque está muy parecido y la persona o personas que lo llevan son súper amables”, ha escrito una clienta habitual.
La oferta de pinchos es otro de los pilares del local. Los clásicos montaditos, la tortilla, las croquetas caseras y otras creaciones más innovadoras han conquistado a varias generaciones. Siempre acompañados de vinos y cervezas, mantienen vivo el espíritu de un bar que se ha convertido en una auténtica institución de San Juan.