La escena se repite cada semana en Pamplona. Los desayunos rápidos con café y pincho llenan la barra a primera hora de la mañana. Los jueves, el “juevincho” convierte el local en un hervidero con pinchos a un euro. Y los fines de semana, las mesas reservadas confirman que aquí se come bien y abundante. En apenas dos años, un negocio que parecía condenado al cierre ha vuelto a levantar la persiana con fuerza, gracias al empeño de una familia que ha apostado por la cocina casera y el trato cercano.
Está situado muy cerca de otros establecimientos comerciales que hemos conocido en esta sección, tan conocidos como la ferretería Gárate, la panadería Gema o el café Barista, todos ellos en el barrio de San Juan.
Al frente del negocio está Jonathan Altamirano Carrillo, un ecuatoriano de 41 años, nacionalizado español, que llegó a Pamplona hace 23 años. “Empecé como todo el mundo en la construcción y luego he trabajado de pintor, repartidor, comercial y de todo un poco”, ha recordado. Su última etapa laboral le llevó a la cocina, una afición que convirtió en formación: estudió dos años de grado superior en el instituto Ibaialde.
Su mujer llevaba ya años en hostelería junto a sus padres, y esa experiencia fue decisiva. Jonathan empezó a trabajar en el Patio de las Comedias, donde permaneció siete años, antes de pasar por otros locales y decidir que había llegado el momento de montar su propio proyecto. El 17 de agosto cumplieron dos años al frente del negocio que hoy gestionan en familia, con tres personas a tiempo completo y otra a horas.
Se trata del bar restaurante Urdax, situado en la calle Monasterio de Urdax, 45, en pleno barrio de San Juan. El local había atravesado una etapa difícil y parecía imposible sacarlo adelante. “Estamos contentos después de bastante trabajo porque tuvo una crisis fuerte que no había quien lo levantara. El secreto del éxito es mucho trabajo y mostrar una cocina sencilla pero buena que agrade a la gente y unos precios que agraden al cliente”, ha explicado.
La propuesta combina platos tradicionales —piquillos, pochas, guisos o ajoarriero— con otros de aire internacional, como currys y recetas asiáticas. El comedor, separado de la barra, tiene capacidad para 62 personas y los fines de semana cuelga el cartel de completo. Los menús, que se cambian cada semana, han sido uno de los grandes atractivos: el diario cuesta 15,70 euros y el de fin de semana, 19 euros, con platos caseros bien elaborados.
El horario es amplio: de lunes a viernes abren a las 9:30 horas, mientras que los fines de semana lo hacen a las 11:00. Por las noches solo funcionan bajo reserva. Entre semana, la clientela habitual son trabajadores de la Audiencia Provincial, situada muy cerca, que acuden a desayunar con rapidez. Pero poco a poco el boca a boca ha traído a familias enteras, grupos de amigos y celebraciones.
El ambiente festivo se multiplica los jueves con el “juevincho”, una cita que ya se ha convertido en costumbre para muchos. “Ponemos todos los pinchos a un euro en la barra sin necesidad de que pidas bebida. Estamos a tope”, ha contado Jonathan. A eso se suman encargos especiales de clientes que confían en ellos para preparar cáterings o tartas, porque, como dice el propio dueño, están abiertos a todo.
La historia personal de Altamirano acompaña al éxito del negocio. “Es bastante esfuerzo pero no es lo mismo que el andamio. Es algo tuyo que lo gestionas como tú crees. Es diferente. El balance de mis años en Pamplona es que he conseguido lo que quería. Estabilidad con la familia y en el trabajo porque en algunos tuve problemas para cobrar”, ha explicado. Su mujer, Katy, trabaja con él en el bar y juntos crían a sus cuatro hijos navarros: la mayor ya ha terminado la ingeniería y los otros tres estudian en el instituto.
Las reseñas de los clientes en internet confirman la buena acogida. Un comensal escribió: “Me sorprendió gratamente el restaurante. Comí el menú del fin de semana y estuvo genial. La comida estaba buenísima, la cantidad era perfecta y el precio increíble para un fin de semana. Por ponerle un pero, sería al servicio, ya que solo había una camarera sirviendo a todas las mesas y la espera entre platos fue un poco larga. Pero de resto un 10”.
Otro cliente comentó tras una comida entre semana: “Tres de los cuatro que éramos hemos cogido menú y uno hamburguesa de la carta y nos ha encantado todo. Las porciones genial y el sabor también, volveremos sin duda. Lo único que nos esperábamos mejor los postres caseros pero sí que estaban buenos”.