- lunes, 23 de junio de 2025
- Actualizado 08:17
Se han cumplido cinco años del 15-M y lo que en principio pareció una simple concentración en la madrileña Puerta del Sol, que le dio más de un dolor de cabeza al gobierno socialista de turno, se convirtió poco después en un repulsivo que hizo despertar a una adormecida sociedad que asistía atónita, pero expectante, al efecto dominó que empezó a vislumbrarse.
Empieza a resultar bochornoso el comportamiento de no pocos medios y periodistas que o bien por olvidar la esencia de su profesión y trastornarla en base a ideologías en un ejercicio de apoyo sistemático a la "causa", o bien por miedo a ser tachados de enemigos y fachas, otorgan a Podemos un trato ya no de favor y alfombra sino de poseedores de una bula que les pone a salvo de cualquier crítica, pregunta incómoda y ya no digamos una repregunta que les coloque ante sus vergüenzas.
Unos lo llaman pacto del botellín y otros pacto del botellón. Ganas de enredar. No es buen comienzo esta vinculación alcohólica -bueno, digamos simplemente recreativa-, del más ruidoso de los vectores aparecidos en vísperas de la campaña electoral como referencia del quinielismo aplicado a lo que podría ocurrir el 26 de junio por la noche.
Llegan con cuentagotas las noticias de Grecia; ocupan un lugar poco destacado en los medios y ningún partido -hablo de Podemos, naturalmente- parece que tenga muchas ganas de seguir llamando "hermano" a Tsipras y menos aún de izar junto a Syriza la bandera que iba a cambiar el rostro inhumano de una Europa tiránica y capitalista hasta la desesperación. Ya nadie habla del inefable Varufakis -ni siquiera el propio Tsipras- que ya no es más que un verso suelto atractivo pero imposible.
Políticos y opináticos parecen haber alcanzado un acuerdo sobre los resultados de la próximas elecciones y, desde que se empezó a vislumbrar que íbamos a tener que volver a las urnas, o sea el mismo 20-D, aunque Sánchez no se diera cuenta, vienen a concluir que saldrá más menos lo mismo y que en eso es en lo que coinciden las encuestas.
Pocas veces he sentido tan profundamente esa sensación de orfandad que sentí el miércoles pasado cuando a las 8 de la mañana acudí a comprar los periódicos y me encontré con un hueco difícil de llenar, el del diario El Mundo, que por primera vez desde su aparición nos dejaba huérfanos.