• miércoles, 17 de septiembre de 2025
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Opinión

Semana Santa y maletas. En la mochila llevo el libro ‘Vol de nuit’ de Saint-Exupéry que me compré hace unos viajes en la FNAC de la parisina estacion de Montparnasse, de donde salen los TeGeuVes que en Navarra no quiere los nacionalistas vascos que lleguen.

Mucho hablar de que es un deporte de valores y al final acaban montando una bronca al árbitro como en cualquier deporte. Vaya estafa esto del rugby, si ya se veía que eran unos animales.

Hace un frío que pela. Anochece a esa hora donde caen todas las tristezas, las siete y media de la tarde. Busco un cajero en la parte alta de Carlos III, solo para refugiarme en algún garito y sacudirme el hielo.

Empiezo a pensar que es el estado natural de la sociedad actual, la turba. Buscar el refugio de la multitud que defiende lo suyo de modo irracional. Ni un duelo por la muerte de un menor nos para de coger antorchas y palos.

El holismo nos exige una actitud determinada ante el conocimiento y nos invita al uso de una concreta metodología.

Hace unos días un amigo angustiado me contaba que no era capaz de hacerle entender a sus seres queridos el infierno que era un ataque de ansiedad, que siempre se quedaba corto, y le miraban como a un marciano porque no eran capaces de pillarlo.

Algunos partidos y responsables políticos tienen una asombrosa querencia por atacar todo lo que suene a religión católica, les suena viejuno.

 Las redes me avisan de que las sentencias condenatorias contra Valtonyc y Pablo Hasel, raperos de talla, son una desenfrenada agresión a la libertad de expresión de los susodichos, una consecuencia lógica de la Ley Mordaza y un síntoma más de la deriva autoritaria del Estado.

Uno está acostumbrado a que todos ganen después de unas elecciones, pero es la primera vez que lo veo después de una huelga general, y no sería justo que ganase nadie más que las mujeres.

Ser mujer es una condición. No lo eliges. Te condiciona la vida. Te hace estar en el mundo desde un punto de partida dado. En ese mundo te sitúas desde la condición de mujer.

Cuando me he enterado de que don Fermín Ezcurra se había muerto, he sentido una tristeza acuosa, muy nostálgica, suave pero profunda. He ido al armario, he sacado mi camiseta de Osasuna y escribo este artículo con ella al lado, acariciando el relieve de su escudo al terminar cada frase.

Pasó en un programa de televisión y me pareció surrealista. Empeñarse en la felicidad de un tercero que no tenía interés en serlo, les cuento.

Del histórico colapso de Pamplona por la nevada del miércoles hemos aprendido que un gobierno puede reaccionar con discursos muy diferentes: decir que todo se ha hecho estupendamente, celebrarlo (sí, sí… ¡celebrarlo!), interpretar falsa sorpresa por lo sucedido, tomárselo a risa o aprovechar para sacudir a la oposición. Todo menos reconocer errores, obviamente.

Ahora es lo que toca. Está en la calle la palabra, hay cursos, conferencias, libros, propuestas, mesas de trabajo, masters e incluso me pareció ver el otro día unas patatas fritas sabor empoderamiento.

A mí la censura me repugna. Por convicción teórica y por convicción práctica, más que nada porque me la quieren aplicar por aquí unos cuantos comentaristas/comentadores artículo va, artículo viene. Por ello, solo puedo sentir solidaridad con todos a los que les quieren censurar, sean del color que sean. 

Érase una vez tres amigos, tres. Uno fue nombrado alto cargo del Ayuntamiento de Asirón, otro fundó una empresa y empezó a acumular contratos con el Consistorio y el tercero logró una plaza de empleo público, con un tribunal formado, entre otros, por los dos anteriores.

Llueve. Llueve en Pamplona de una forma aburrida, sin intensidad, sin generar espectáculo alguno, solo por molestar, calando, en silencio. Llueve aburrimiento sobre la aburrida Pamplona. Ciudad gris y triste.

Nadie puede imaginarse un club donde, a espaldas de la directiva, el director general convoque una reunión para el grupo más ultra con el director deportivo, secretario técnico, ¡entrenador!, director financiero y un directivo que se va pero se queda porque le promete la presidencia.

Estamos perdiendo la costumbre de discutir, de intercambiar opiniones y escuchar al otro sin más intención que pasar un rato escuchando lo que tiene que decir. Estamos perdiendo el efecto bar. Y no me refiero ya a las tertulias del Café Gijón o el Café Comercial, sino más a las de Hemingway en el Iruña o en el Torino.

Contarán las crónicas que, corriendo el año del señor de 2018, azotada Pamplona por todos los males del nacionalismo vasco, el alcalde y obispo de esa euskocreencia de bandera inglesa pero con colores horteras, Asirón I de la mala rima, encontró un semicírculo de lienzo de los cimientos de un castillo en la plaza ídem y se puso estupendo.

Todo mal gobernante trata de controlar a los medios de comunicación. Premiar a las cabeceras de los amiguetes y castigar a los críticos. Asirón no iba a ser menos.

Si para ser político hace falta tener un cinismo bastante elevado, para ser un político del nacionalismo vasco lo de ser un cínico en grado superlativo es indispensable. Un político nacionalista vasco tiene unos niveles de cinismo tan potentes que podría poner él solo otro Tesla en órbita.

Sí, en plural, ya que hay tantos como realidades y  no me refiero a idiomas, no, sino al que ayuda a construir la realidad que nos interesa, y esto se hace en cualquier idioma, no nos engañemos.

Dos días mirando por el ojo de una cerradura que da a una Pamplona oscura y con frío, desde mi balcón de la parte vieja. Me he feriado un despacho en un piso escondido en la que operar con instrumental sucio, de cerca y sin miramientos, a la ciudad.

El pasado 4 de febrero se celebró el día mundial contra el cáncer. Seguramente a nadie de los que lean estas líneas y que haya tenido relación con esta enfermedad le suene extraño este escrito.

El matón es en sí mismo alguien cobarde. No suele actuar en solitario, sino que, más al contrario, se abriga en el grupo en el que probablemente muy pocas personas decidan.

Nada más lejos de mi intención que insultar al pueblo catalán; ni a uno siquiera de sus ciudadanos. Entre ellos, cuento con parientes y con buenos amigos. Todo mi respeto hacia ellos, incluidos los que albergan el viejo virus nacionalista.

El dos de febrero es el día de la marmota, tradición que dice que se puede predecir el final del invierno según el comportamiento de una marmota cuando sale de hibernar. Una versión climatológica del pulpo Paul en el futbol más o menos.

Soy un lunático, esto dice mi horóscopo -por echarle la culpa a algo en lo que no creo-. Cancer. Lunático. El caso es que veo una luna -imagínate con la superluna azul que acabamos de vivir- y me quedo hipnotizado, con la fijación con la que me gustaría mirar el sol.

Conviene parar de vez en cuando; bajarse del voraz y loco día a día, echar la vista atrás por un momento para recopilar todo lo ocurrido durante los últimos dos años y medio y ver el debate actual con más perspectiva. Más allá de los rifirrafes diarios, en Pamplona existe un evidente choque de modelos de ciudad.

El otro día me puse a enredar en el perfil de un cargo público/carga pública de Irroña en Twitter que me dijeron que era un huracán. No tengo el gusto ni ganas de tenerlo. Un tal Saralegi. Saralegi el barullas.

Quiso, eso es innegable, pero no pudo. El equipo de Diego Martínez sufre serios problemas cuando necesita proponer. Un fallo en la salida de balón, que tampoco tiene, evidenció de nuevo sus carencias en El Alcoraz.

Hay semanas en las que hay tantos temas sobre los que apetece escribir que es difícil decidirse, el problema es que suelen ser los mismos y cuando empiezas a escribir tienes la sensación de repetirte, ¿no les pasa?, ¿no tienen la sensación de estar discutiendo en bucle?

El pasado 18 de enero se entregaron los Premios Ciudadela de Pamplona en un bonito acto que dio paso a un vino español donde los rumores y deseos para la próxima feria del toro tuvieron especial protagonismo entre los corrillos de aficionados que allí se dieron cita