- lunes, 23 de junio de 2025
- Actualizado 15:28
El cansancio ha tomado cuerpo en la opinión pública. Después de más de cien días sin Gobierno y con estudiadas escenas de encuentros y desencuentros, con paseo y libro dedicado incluidos, nos encontramos, además de cansados, en una especie de túnel o de laberinto, en el que, sin duda, falta la transparencia prometida.
Iglesias y Sánchez han realizado la escena del sofá, pero eso no garantiza que pueda haber un Gobierno a la vista porque aunque Pablo Iglesias haya hecho ostentación de estar dispuesto "a no ser vicepresidente" -pero, hombre, ¿no decíamos que el hambre de cargos era un mal de la casta?- si eso impide un acuerdo de progreso y de cambio, hay muchos problemas de fondo por resolver.
Cuando Zapatero afirmó -mientras contaba nubes- que los acuerdos a los que llegara su sucesor Pedro Sánchez serían los mejores, me permití echarme a temblar; los augurios y los hechos del ex presidente socialista han sido sistemáticamente catastróficos y equivocados en tres direcciones: dejó al PSOE al borde del abismo, levantó los fantasmas del pasado, echó gasolina a las brasas de los nacionalismos, fue incapaz de ver la crisis y hundió en la miseria la economía española.
El periodo vacacional de la Semana Santa que ha comenzado este pasado fin de semana y que se prolongará hasta el próximo lunes de Pascua afectará no solamente a los ciudadanos que puedan disfrutar de estos días repartidos entre los pasos procesionales y el mar o la montaña, sino también a los dirigentes políticos en sus negociaciones para formar un nuevo gobierno.
El voto conjunto de Podemos y PSOE en algunas iniciativas parlamentarias, así como el encuentro del líder socialista, Pedro Sánchez, con el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, agitan las coordenadas de la gobernabilidad, inalterables desde el recuento electoral del 20-N. Valgan esos términos. Agitación, sí. Alteración, no. Al menos de momento. Aunque se hable de manos tendidas y las lenguas están menos afiladas.
Es justo y saludable que los partidos se echen en cara unos a otros los problemas de corrupción de cada cual. Lo que ya no es tan saludable es que lo utilicen como coartada de los casos propios o que comparen de forma ridícula y fraudulenta la importancia de los ajenos con los propios cuando esa comparación da mucha risa.