- domingo, 27 de abril de 2025
- Actualizado 04:36
Hace unas semanas salí de un supermercado, conocido supermercado se solía decir antes en estas crónicas de sucesos, con mi compra metida en una bolsa de papel, que es lo que te ofrecen, previo pago de doce céntimos, para llevarte tus víveres a casa. Sin haber recorrido ni 20 metros por la acera se me rajó. Lo sostenible sólo es un timo más... y caro.
Estamos rodeados de montañas que nos imposibilita ver el horizonte. Por eso aquí no se pone el sol, se oculta. Por eso aquí cuando muere la tarde no se apaga al instante la luz, que el sol no ha caído, solo hemos dejado de verlo. Por eso flota ese resplandor un instante antes de que todo se apague detrás. En Pamplona no cae la noche, abrupta, se va recostando lentamente.
Si te quejas te crujen, te miden el lomo, las costillas. Si te quejas te apartan, por llevar la peste. Si te quejas nadie te conoce, todos miran hacia otro lado cuando pasas. Si te quejas olvídate de que el sistema te deje tranquilo. Si te quejas date por jodido, se te dibuja automáticamente una diana en la nuca.
Partirte el culo ya de adulto de alguien que pertenece a una ideología que justifica, ampara e incluso ha propiciado el tiro en la nuca, que ama la violencia sobre todas las cosas, que se abraza a sus pistoleros asesinos y que no tiene problema en homenajearlos o incluso meterlos en las listas da un gustirrinín como especial.
Recuerdo muchas veces la final de Copa del 2005 porque en mi casa de Madrid nos metimos casi 20 personas a dormir. Hasta en la cocina te encontrabas gente tumbada. Aquello fue una locura, Sanfermines a la madrileña. Una fiesta alegre y excesiva, como son esas cosas cuando tienes veintipico años. Un día inolvidable de fútbol y amigos.